Crecimiento personal y significado

Viktor Frankl, psicólogo y prisionero en Auschwitz afirmaba que encontrar el sentido de la vida podía ser la diferencia entre vivir o morir en las terribles condiciones de los campos de concentración.

“…la preocupación primordial del hombre no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida. Y en esas condiciones el hombre está dispuesto hasta a aceptar el sufrimiento, siempre que ese sufrimiento atesore un sentido.” […]

“La vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino sólo por falta de significado y propósito.”

La mayoría de nosotros vive con una serie de creencias personales a las cuales les asigna supremo valor y significado.

Si tenemos auto-conocimiento -y algo de suerte-, somos capaces de encontrar lo que amamos, algo que tiene todo el sentido para nosotros, al punto de poder hacer de ello nuestro propósito de vida.

Algunos le llaman vocación, otros le llaman pasión, lo cierto es que tener clara cuál es nuestra “misión” o qué queremos hacer con nuestra vida, funciona muy bien para la gran mayoría de las personas.

Lo que hacemos aquí y ahora, parece ordenarse desde una clara visión o propósito en el futuro que nos inspira y nos conduce. Esa visión dirige nuestras decisiones y acciones más importantes como si fuera un faro.

Decidimos, ordenamos prioridades, asignamos tiempos de agenda y nos ponemos en acción en base un sistema de creencias y valores que nos orienta hacia lo que tiene sentido para nosotros.

Pero convivimos con otros seres humanos en una cultura y en un tiempo histórico. Aprendemos, nos adaptamos y cambiamos. Nuestros valores y creencias se encuentran a diario con los valores y creencias de muchas otras personas. A veces esto nos lleva a tener diferencias, conflictos y confrontaciones. Otras veces crecemos tomando cosas prestadas de quienes nos rodean. Con el paso del tiempo, se funden en nuestra memoria y en nuestro modo de ser lo que aprendimos de mentores, detractores, maestros, amigos, compañeros, amores, líderes, fuentes de inspiración, frustraciones, dolores y traumas…toda vivencia implica cambio y crecimiento.

Debido a nuestras experiencias de vida, vamos actualizando nuestras creencias, paradigmas y supuestos más profundos. El crecimiento personal nos lleva a frecuentes replanteos, correcciones o revisiones de esa “misión personal”.

A veces las creencias y los valores se comportan como el exoesqueleto de un crustáceo: para poder continuar creciendo, hay que desecharlo…

Cuando nuestro crecimiento es rico en experiencias desafiantes, presenta muchos contrastes, tiene profundidad, amplitud y heterogeneidad, nuestro edificio conceptual se hace cada vez más flexible para poder albergar toda esa diversidad.

Puede ocurrir también que creencias que nos acompañaron durante mucho tiempo, un día simplemente dejan de ser creíbles para nosotros mismos; nuestros valores pierden su valor o el sentido se torna sinsentido. Esta crisis de significado (y el sufrimiento de pérdida asociado), nos fuerza a salir de la zona de confort y a buscar otro nivel explicativo que sea compatible con la conservación de nuestra salud mental en el nuevo marco de referencia.

A diferencia de los animales, los humanos tenemos un lenguaje. Ese lenguaje nos permite la “magia” de la auto-referencia. Podemos desdoblarnos en un “Yo” (Sujeto) que se objetiva a “sí mismo”, se auto-refiere. A continuación, ese “Yo” (Sujeto) contrapone ante sí “un mundo” lleno de “objetos” que es observado. Se han separado “el observador” y “lo observado”. El “Yo” y “el mundo”. 

Aparecen entonces las descripciones, re-formulaciones, experiencias, explicaciones, teorías, conceptos, sistemas, estructuras, organizaciones, relaciones, variables y todo tipo de constructos mentales fruto de la abstracción reflexiva del “yo” en el lenguaje.

El lenguaje y la auto-referencia del “yo” también “dan a luz” un ”eje temporal”. El observador puede ubicar sus vivencias en el tiempo y en el espacio. Los fenómenos perceptuales se distribuyen ahora en una secuencia histórica sobre un eje pasado-presente-futuro. Hablar (en el presente) acerca del pasado o del futuro es posible en y desde nuestro vivir como observadores en el lenguaje.

Nosotros vivimos y estamos en este instante. Ni antes ni después… Solo tenemos presente. El resto es nuestra construcción temporal en el lenguaje. Al pasado y al futuro se lo puede referir solo en el presente.    

Este complejo mundo de ideas y relaciones que traemos a la existencia con el lenguaje se enriquece en el marco de la convivencia y la cultura. A tal punto que Vladimir Vernadski (1863-1945) y Pierre Theilhard de Chardin (1881-1955), comenzaron a hablar de “Noosfera” para designar a ese mundo de las ideas humanas inteligibles que se desarrolla a partir del lenguaje, la auto-referencialidad y el trabajo interactivo y cooperativo de múltiples observadores que desean explicar lo que ven “en el mundo”.

Cosas únicas ocurren desde y en el lenguaje. Las ideas y las relaciones entre ideas evolucionan, progresan, se expanden, cambian, se integran, se separan, se especializan, se generalizan, nacen y mueren. Millones de diferentes personas intervienen en esta construcción y de-construcción colectiva, cultural e histórica.  

Tomando ideas que alguien enunció o escribió, otra persona le da nueva forma, lo enriquece o le da mayor complejidad. Alternativamente, alguien desarticula o desacredita una idea utilizando contra-argumentos, observaciones y explicaciones con un mayor poder explicativo.

Quien es el “dueño” o la “dueña” de una idea, o cuando la idea nació, se vuelve difícil de determinar. Incluso una figura genial como Isaac Newton, dijo: “Si he visto más lejos, es poniéndome sobre los hombros de gigantes”.

La noosfera está poblada de grandes ideas y contribuciones geniales, pero también es refugio para las propuestas conspiranoicas, las sectas, los satanistas, los terraplanistas y tantos otros.  

Adonde surge una idea (por extraña que parezca…) aparecerá un séquito de seguidores. Basta con entrar en Tik Tok o YouTube y filtrar aquello que tiene millones de seguidores para entender cómo funciona esto de adherir a lo que resuena con uno mismo.

En base a nuestras preferencias e historia de vida, le asignamos un valor y un significado a las ideas (cualesquiera sean).

Cuando a esas ideas, que son constructos lingüísticos colectivos en permanente evolución, son dotadas de un valor intrínseco, un sentido especial o un significado “trascendente”…empiezan nuestros grandes problemas y dolores de cabeza…

Matamos, morimos o enfermamos por defender la libertad, la patria, la bandera, Dios, religión, ideales políticos, leyes, líderes, la democracia, modelos económicos, doctrinas, ideologías, secretos de estado, instituciones, teorías, compañeros, amigos, trabajos o la vida de las ballenas…

Otros mueren, matan o se arriesgan a ir a la cárcel, por simple codicia, por poder, dinero o bienes materiales.

En la película Fury, el Sargento Collier resume bien el punto cuando le dice al joven soldado Norman: “Los ideales son pacíficos, la historia es violenta”.

La noosfera rebosante de palabras, ideas y relaciones parece un lugar pacífico, casi inerte, pero al cargarse con el valor y el significado “trascendente”, las ideas de la noosfera cobran vida y se transforman en sangre, pasión y acción        

Asignar valor, significado y trascendencia a los abstractos habitantes de la noosfera a veces resulta en una contribución única, reconfortante y tranquilizadora, otras veces tiene un costo alto en dolor y sufrimiento.

Los budistas se dieron cuenta hace muchos siglos de este juego dual entre “lo bueno” y “lo malo”: al asignarle valor a algo, me apego a ello. Una vez apegado, justifico el dolor de su búsqueda, lo deseo, lo necesito, dependo de ello para estar bien.

Complementariamente, temo perderlo, tengo miedo al dolor, a ser infeliz sin ello, rechazo todo aquello que lo pone en riesgo, estoy dispuesto a defenderlo de enemigos y ladrones que intenten quitármelo.

Se cierra así el círculo del sufrimiento humano con sus 4 componentes básicos:

  • Un “yo” egoico
  • Sus apegos y deseos
  • Sus miedos y rechazos
  • Una mente turbada aquí y ahora, por un pasado y un futuro ilusorios

El “yo” que emergió tímidamente de la auto-referencia reflexiva en el lenguaje, objetiva a su mundo y crea pensamientos, ideas y relaciones. Acto seguido, se enamora selectivamente de sus propias construcciones. A algunas de ellas, les asigna un valor superior y las convierte en sus grandes tesoros. Finalmente, el “yo” está preparado a luchar por sus tesoros y a vivir con el temor a perderlos o a que alguien se los arrebate.

Esas mismas creencias, valores y significados producen una “moral” asociada. Desde lo que creo, valoro y tiene sentido para mí, puedo distinguir lo que está “bien” y lo que está “mal”, juzgar lo que es “mejor” y lo que es “peor”, seleccionar lo que me gusta y lo que me disgusta.

En mi profunda y bien intencionada convicción sobre lo que es “correcto” e “incorrecto”, empiezo a crear “expectativas” de cómo los demás se deberían comportar. He desplazado mi sistema de creencias y valores hacia la esfera del comportamiento de “los otros”. Aquellos que hasta ahora eran seres “libres” y legítimos “otros”, deben comportarse como yo espero. Si no lo hacen, me frustro, me quejo, desapruebo, condeno, juzgo, etc.

El eje temporal (otro constructo) hace también su contribución: las memorias del pasado reviven las emociones de tiempos mejores o los traumas no superados… La fantasía del futuro nos llena de deseos, anhelos, sueños, miedos, fantasías y escenarios potenciales que probablemente nunca ocurrirán.

Aparecen así la preocupación, el estrés, la melancolía, la ansiedad, la depresión y también el placer, la alegría, la felicidad y el éxtasis. Todo según se correspondan, o no, las condiciones del vivir con mis propias expectativas.   

Pero lo que me pasa, me pasa aquí y ahora. En este momento presente.  

Las emociones y los pensamientos, acerca del pasado o acerca del futuro, sofocan al presente.

La mente hacinada de conocimientos llena su presente con predicciones, pronósticos, planificación y anticipación, o bien, recuerda, rememora, analiza y explica lo que ya ha ocurrido.

El observar del observador pierde su “inocencia”. Superpone ahora sus creencias, modelos, emociones, anhelos, prejuicios, supuestos, expectativas, paradigmas y explicaciones sobre el trasfondo borroso de las percepciones sensoriales. Dónde empieza uno y dónde termina el otro, resulta algo difícil de decir.          

La frenética sociedad del conocimiento produce un mar de información a cada momento. Internet y los medios de comunicación almacenan y dan acceso instantáneo a lo producido. Usamos herramientas tecnológicas cada vez más avanzadas y poderosas para lograr un contacto superficial con una diminuta parte de toda esa información.

En resonancia, la información y el ruido también crecen en nuestra mente dispersa, que se esfuerza por filtrar, resumir, simplificar, actualizar, contextualizar, organizar, desechar, poner en orden y dar sentido a todo este oleaje de estímulos comunicacionales.

La mente es un ecosistema de ideas y relaciones: desde mis propios valores y creencias, selecciono lo que me agrada y descarto lo que me desagrada dando lugar a un proceso evolutivo en espiral que refuerza lo parecido y restringe lo distinto. Produzco “mi identidad” en esa misma dinámica de refuerzo y restricción. Una suerte de “sistema inmune mental” que acepta lo que resuena conmigo y rechaza lo que no.

Las creencias, los valores y los significados trascendentes, se comportan como las estrellas brillantes del cielo nocturno. Nos orientan durante la navegación sobre este mar de información (y ruido…) que vamos creando colectivamente.   

Pero tanto esas estrellas como su brillo, nos pertenecen. Nosotros mismos las subimos al horizonte nocturno de la noosfera y luego las hicimos brillar otorgándoles enorme valor y significado. Lo que ahora parece guiar nuestra navegación desde “allí afuera”, nos está guiando desde “aquí adentro”.  

El mar de información, las grandes estrellas y todo su brillo de sentido…están hechas de lo mismo… 

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco

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