La palabra resiliencia proviene del latín “resilio”, que significa volver atrás o rebotar.
La resiliencia como término dentro del campo de la física, se utiliza desde hace mucho tiempo para referirse a aquellos materiales que logran recuperar su forma o volver a su estado original luego de haber sufrido un impacto o el efecto de una carga.
En ecología, el término resiliencia se emplea para indicar la capacidad de un ecosistema para absorber perturbaciones, sin alterar significativamente sus características de estructura y funcionalidad, es decir, pudiendo retornar a su estado original una vez que la perturbación cesa.
Los ecosistemas complejos (con un alto número de relaciones entre sus partes), suelen tener mayor resiliencia debido a que tienen múltiples mecanismos de auto regulación. La capacidad de resiliencia de un sistema está directamente relacionada con su diversidad de especies y con la redundancia de las funciones que éstas cumplen.
La resiliencia es entonces una medida de la flexibilidad adaptativa del ecosistema ante las perturbaciones.
En la psicología humana, el término resiliencia se comenzó a utilizar para referirse a la capacidad de los diferentes individuos para sobreponerse a los traumas (períodos de un marcado dolor emocional).
Actualmente, utilizamos el término en un sentido más amplio, para significar que una persona es resiliente cuando logra sobreponerse a fracasos, adversidades, altos niveles de estrés o situaciones traumáticas. Algunos individuos, hasta logran salir fortalecidos de las experiencias dolorosas, estresantes o frustrantes.
Con una cultura que estimula la hiper-competitividad, la resiliencia se ha vuelto extremadamente importante en el trabajo, en el deporte, la asistencia social, el servicio público, atención al cliente, militares, médicos, enfermeras, bomberos, policías, maestros y todos aquellos roles o profesiones que cuidan de otros, o bien, dependen de una buena relación con otros para lograr su propósito.
Personas Resilientes
No es sorprendente entonces que, en un mundo marcado por los cambios, impredecible, hiperconectado, altamente demandante, con enorme cantidad de información, ruido, estrés y estimulación sensorial, la capacidad de ser resiliente se haya vuelto fundamental y se encuentre el término instalado en nuestro vocabulario cotidiano.
PERSONA RESILIENTE
La capacidad para mantener o recuperar nuestro bienestar (físico, mental y emocional), en un entorno repleto de perturbaciones simultáneas de diferentes tipos e intensidades, es una capacidad superlativa y esencial para poder conservar una adaptación saludable.
La creciente cantidad de trastornos mentales (diagnosticados, medicados o con tratamiento profesional), son una clara evidencia de las enormes presiones (o estrés) a las que nos enfrentamos en el día a día. La imposibilidad de gestionar con éxito el estrés crónico nos lleva primero al malestar, y más tarde, a la enfermedad.
Pero, ¿De dónde provienen estas perturbaciones o estresores?
Estresores
Pueden ser de distintos tipos: internas, mentales o emocionales (intra-personales); relacionales (inter-personales); propias de la tarea, rol, función o profesión (laborales), relacionadas con nuestra comunidad o sociedad (socio-culturales), e incluso pueden ser físicas o ambientales (entorno físico).
La experiencia de estar con un alto nivel de estrés es una vivencia personal y subjetiva, pero podemos ejemplificar ciertos estresores que son muy frecuentes.
A veces los estresores toman la forma de expectativas, aspiraciones, anhelos, ambiciones o deseos intra personales. Otras veces se manifiestan como nuestros temores, miedos o creencias limitantes. El temor a perder, a no ser capaz, a no lograrlo, a fracasar, a la enfermedad, al ridículo, a la muerte, a no será aceptado, al rechazo, a ser distinto, etc. Puede tratarse de la necesidad de sentirse “exitoso” ante una sociedad que sucumbe ante el esnobismo de las redes sociales. En muchos casos, nuestros pensamientos negativos, pueden amplificarse con nuestras emociones negativas en una espiral cuyo origen es distante, difuso o poco claro.
Si trabajamos como médicos en un hospital público, nuestro propio rol o puesto de trabajo puede demandar ciertos comportamientos «heroicos» que se terminan pagando con la propia salud. Lo mismo ocurre si nos toca liderar un grupo grande de personas en una corporación global.
El estresor puede estar en nuestra red interpersonal. Un jefe intenso que nos presiona a trabajar largas horas por su ambición de destacar o ser promovido.
También el estrés puede originarse en el entorno, sea por vivir en un vecindario inseguro, muy ruidoso, con el aire contaminado, escasa luz solar o pocos espacios verdes. O tal vez se trata de una vida sedentaria y con una dieta de comida rápida. Puede ser la distancia, la soledad, el acoso en el trabajo o la falta de una vida afectiva.
La particular y personal combinación de estresores y su efecto sinérgico o aditivo, nos vuelve vulnerables a distintos trastornos y patologías físicas, mentales o emocionales. Sin importar si lo que nos causa estrés ocurre en el trabajo, en nuestra vida personal, en el vecindario, o en todos a la misma vez.
Algunos sienten los síntomas leves (como aislamiento, falta de foco, tristeza, altibajos emocionales, insomnio, cansancio, aburrimiento, hartazgo, sinsentido, baja energía), y deciden ignorar esas señales para continuar adelante. No descansamos, no nos tomamos vacaciones, no pedimos ayuda, no intentamos cambiar, «no hay tiempo que perder» en la carrera por el éxito…
Cuando ignoramos sistemáticamente las señales más leves, pueden aparecer otras más complicadas y persistentes: trastornos de alimentación, déficit de atención, dolor crónico, depresión, ataques de pánico, ansiedad, burnout, paranoia, etc.
Del mismo modo que un conductor que decide ignorar la luz roja en el panel indicador, luego de un tiempo, se termina fundiendo el motor.
No hay atajos. Los seres humanos nos auto exigimos al límite, vivimos sujetos a expectativas y prioridades ajenas, queremos lograr «el éxito» ya y en todos los frentes a la vez, ignoramos las señales de alerta y, allanamos nuestro camino hacia la infelicidad, el malestar o la enfermedad.
La doctora Catherine Panter-Brick define la resiliencia como “el proceso de tomar ventaja de todos los recursos para poder sostener el bienestar”.
Entonces, ¿Cuáles son «los recursos» que tenemos para cultivar la resiliencia?
Recursos
Al igual que en los ecosistemas, la flexibilidad adaptativa ante las perturbaciones depende de la complejidad, la riqueza, la diversidad, las redundancias y las conexiones.
Los seres humanos tenemos recursos propios (mentales, emocionales, espirituales) y tenemos también una red social de soporte. Nuestra vida posee diferentes dimensiones (o dominios) interconectados. Cuando esas distintas dimensiones vitales están saludables, fuertes y bien desarrolladas, constituyen una verdadera red de prevención y/o contención contra los problemas causados por el estrés, las adversidades y los diferentes contratiempos que sufrimos.
Energía
Por cuestión de falta de tiempo, foco o prioridades, desatendemos ciertas dimensiones y volcamos la mayor parte de nuestra energía en ciertos aspectos específicos (por ejemplo, trabajo, carrera, ganar dinero, comprar una casa), al hacerlo, también decidimos recortar la energía a otros factores de nuestra vida que son sumamente importantes.
Ese desbalance o desequilibrio auto-infligido, lo sostenemos con terquedad a lo largo del tiempo y quedamos expuestos a todo tipo de problemas de salud o bienestar. La crisis de falta de sentido e infelicidad no tarda en manifestarse.
Balance
Un inversor que coloca todo su dinero en una misma compañía, está contento mientras esa compañía crece, pero cuando sufre un traspié o quiebra, el inversor se queda en la ruina. Por eso los grandes fondos de inversión distribuyen el capital con habilidad entre diferentes opciones, industrias, países, compañías y mercados bursátiles. De este modo, incluso ante una crisis económica, siempre algunas de sus acciones crecerán o mantendrán su valor. Del mismo modo, nosotros tenemos distintas dimensiones vitales donde ponemos nuestra energía. Si alguna dimensión entra en crisis o incluso se colapsa, las demás pueden contribuir a sostener el bienestar y «rebotar». Ese es el sentido de mantener el balance: contribuye a la resiliencia personal durante los tiempos difíciles.
BIENESTAR Y SALUD: LAS OCHO DIMENSIONES VITALES
Aprender a cultivar y a desarrollar estas ocho dimensiones vitales básicas, mantenerlas integradas y balanceadas, nos brindará una mejor protección ante los numerosos y crecientes estresores de la agitada vida moderna.
Eso es exactamente lo que significa tomar ventaja de todos los recursos que tenemos para preservar, recuperar o incrementar nuestro bienestar y nuestra salud. Distribuir la energía que tenemos con habilidad entre las dimensiones más importantes y sostener el balance a lo largo del tiempo mediante hábitos anclados en nuestra propia identidad, nuestras fortalezas y nuestro propósito.
Si crees que tú o tu equipo de trabajo tienen necesidad de mejorar su resiliencia, escríbenos a CONTACTO Bienestar Resiliente. Podemos ayudar !
Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco