Estar presente en el presente

Del déficit de atención a vivir en el presente

La Organización Mundial de la Salud menciona entre los criterios diagnósticos del déficit de atención (CIE-11):

  • “Dificultad para prestar atención a tareas que no proveen alto nivel de estimulación o recompensa inmediata y que requieren un esfuerzo mental sostenido.”
  • “Fácil distractibilidad por estímulos o pensamientos no relacionados con la tarea”
  • “Parecen no escuchar cuando se les habla directamente”
  • “Usualmente se observan ensoñadores o con su mente divagando.”

Al leer estas definiciones de la OMS, abrimos grandes los ojos porque no escapa a nuestra atención que todos estamos enfrentando crecientes desafíos para sostener un adecuado nivel de atención, para escuchar activamente, para diferir recompensas en el tiempo y para evitar las numerosas distracciones que nuestro estilo de vida moderno propone.

Las generaciones digitales con mayores desafíos que las anteriores, pero todos tenemos dificultades para vivir en el presente. 

Entre la distracción y la alienación

Si tienen oportunidad de observar a las personas que viajan en un transporte público o caminan por la calle, cada uno está en su propio mundo, conectados a sus teléfonos móviles, a veces con auriculares, hablando, gesticulando, moviendo las manos, enojados o sonriendo con alguien del otro lado de la linea.

Los que tenemos hijos adolescentes o jóvenes, notamos que algo parecido ocurre adentro de nuestras casas. A veces parece como un “reality show”, con observadores inesperados que video-participan en lo que ocurre puertas adentro. Incluso los adultos de las generaciones anteriores muestran ya una alta dependencia o adicción al móvil.

Internet, Wi-Fi, Facebook, Instagram, Twitter, TikTok, Spotify, WhatsApp, jueguitos on-line, Netflix, YouTube y la lista continúa… Vivimos continuamente bombardeados por los sonidos y vibraciones de nuestros dispositivos móviles que nos avisan que algo nuevo se nos está escapando. Quedarse sin teléfono unas pocas horas se sufre como una mutilación física. 

Muchos años atrás Stephen Covey recomendaba en su libro los “7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva”, ser extremadamente cuidadosos con nuestra agenda y solo ocuparla con aquello que es importante y/o urgente. Covey sostenía que “lo importante” era aquello que se conectaba con nuestra misión o propósito personal, con nuestros principios y valores. La agenda debía reflejar una coherencia y una consistencia entre lo que uno HACE en su día a día y quien uno ES. La base de una buena “administración del tiempo” era tener claridad de propósito, claridad de prioridades y claridad de principios. Covey ya falleció pero la mayoría de sus enseñanzas tienen todavía plena vigencia.

De la agenda y las prioridades al «ping»

Corremos ansiosos como un pollo sin cabeza detrás de los “pings” del móvil, tablet o laptop porque vivimos “on-line” y reaccionamos instantánea e instintivamente a todo lo que va aconteciendo minuto a minuto en esa red heterogénea conformada por múltiples aplicaciones superpuestas: WhatsApp, Twitter, Instagram, Facebook, TikTok, Zoom, Skype, llamados de móvil , SMS, e-mail, chat, etc.

Si no le respondo el Whatsapp a mi hija en los siguientes diez segundos, me acusa de que le hago «ghosting»… Mi prioridad vital debe ser responder a cada «ping» al instante y sin demora. 

Algunas preguntas pueden ayudarnos a visualizar el trasfondo de todo esto:

  • ¿Cómo es que mis apresuradas reacciones y respuestas a «la red» logran reflejar entonces mi misión personal y mis valores?
  • ¿Cuán amplio es ese “espacio de conciencia y decisión” que separa el estímulo sonoro “ping”, de mi precipitado involucramiento en alguna respuesta…?
  • ¿Acaso esa red difusa define mi nueva agenda y prioridades…?          

Pero el show de las “distracciones mentales” no termina aquí.

Contaminación sensorial y ruido

Incontables carteles y señales en la vía pública, luces indicadoras, propagandas dentro y fuera de los transportes públicos, en fachadas de edificios, en pantallas de publicidad LED, paradas de autobús, en la televisión o en la radio.

Tráfico de automóviles, autobuses, metros, trenes, aviones. Ruido de mantenimiento vial, de nuevas construcciones o de remodelaciones, de maquinaria y enseres… 

El volumen y la intensidad de la estimulación (y de la contaminación) sensorial es simplemente colosal. La “pequeña cilindrada” de nuestro cerebro es sobrepasada por el flujo de los acelerados cambios tecnológicos, industriales, económicos, sociales y culturales.

Cuando percibimos algo con cualquiera de nuestros sentidos, entonces hay un flujo extra de información a procesar. Nuestro cerebro debe gestionar este nivel creciente de estimulación informativa. Además, debe discernir y desechar lo que considera “ruido” al mismo tiempo que continúa aprendiendo y des-aprendiendo cosas para sobrellevar las sucesivas olas de actualización y renovación.

Con una discreta capacidad y velocidad de procesamiento, nuestro sistema nervioso aplica sus prioridades para gestionar la sobrecarga. Recorta todo aquello que, a su propio y sesgado juicio, considera “no relevante” para poder enfocarse así en lo que sí ha capturado su atención…o su emoción.     

De la sobre-estimulación sensorial al estrés 

El resultado de esta sobre-estimulación amplificada por la tecnología es esa especie de “zombi moderno” que vemos por la ciudad abstraído en su propios pensamientos y conversaciones, sin saber muy bien lo que ocurre a su alrededor inmediato pero siempre “híper-conectado” a la red.

La modernidad conlleva este problema de la creciente cantidad, complejidad, velocidad y capacidad para procesar información (y ruido…). Adicionalmente, el cerebro confronta otros enormes desafíos que son intrínsecos a su propia naturaleza y forma de operar. Su poderosa capacidad de anticiparse al futuro e imaginar potenciales escenarios lo vuelve particularmente “adepto” a las preocupaciones, problemas y amenazas “que están aún por llegar”. El efecto colateral es la convivencia con un alto nivel de estrés y de ansiedad.

Comparamos continuamente un futuro “deseable” (construido a base de expectativas e ideales personales), con todos los escenarios especulativos posibles (que construimos con proyecciones propias y gran imaginación).

El cerebro posee otra impresionante característica: una memoria capaz de recordar bien todos aquellos eventos del pasado con alto impacto emocional. Los clasifica y los etiqueta afectivamente como “deseables”, “indeseables”, “temibles”, “peligrosos”, “estresantes”, “agradables”, “repudiables”, “placenteros”, “dolorosos”, “felices”, “tristes”, “divertidos”, etc.

Puede a continuación conectar hechos, datos, análisis, memorias, intuición, emoción, especulación, imaginación y fantasía para producir elaborados relatos, explicaciones, teorías y creencias.

Ruido exterior sumado al ruido interior

El problema con todas estas construcciones mentales en el pasado o en el futuro, es que ocupan capacidad adicional del mismo -y ya sobrecargado- “procesador”. Para peor, estas nuevas elaboraciones de “origen interno” ponen a la persona en un estado emocional asociado con esos mismos pensamientos que auto-produce. Se logra así una desconexión entre la información sensorial de lo que ocurre a nuestro alrededor y el estado de ánimo bajo el cual nos encontramos en vista de lo que estamos pensando en este momento.

Desde esta perspectiva, distinguir o diferenciar las fronteras entre “mis propias elaboraciones mentales” y aquel ruidoso, complejo e híper-estimulante “mundo moderno”, es una tarea entre difícil e imposible.

Esta adicción que hemos desarrollado por hacer construcciones a base de memorias pasadas o especulaciones futuras, hacen que nuestra mente abandone el presente para ocupar gran parte de su tiempo en sus propias divagaciones, maquinaciones y lucubraciones (recuerdos amorosos, ideales,  visiones apocalípticas, diálogos imaginarios, emociones variopintas, drama, planes, escenarios, conspiraciones, fantasías heroicas…o eróticas, amenazas, etc.).

En medio de estas divagaciones auto-construidas, definitivamente nos perdemos del momento presente. Nos perdemos lo único que tenemos, que es este aquí y ahora.  Nos desplazamos para vivir en un mundo paralelo y alternativo que construimos con nuestros elaborados pensamientos y con los sentimientos que esos pensamientos evocan.

Es cierto que la tecnología, el cambio frenético y el exceso de ruido e información del mundo moderno sobrecargan mucho nuestra mente, pero también es cierto que nuestra propia tendencia a crear pronósticos del futuro y relatos del pasado incrementa esa pesada carga.

Del trabajo a las distracciones

El trabajo es un actor de vital importancia porque se lleva gran parte de nuestro tiempo (despiertos). Con mayor o con menor felicidad, con más o con menos compromiso, ocupamos una gran parte de nuestro presente trabajando duro. Los más afortunados, trabajando en algo que aman y, los más desafortunados, trabajando en algo que pague sus cuentas.

No podemos colocar el dormir en la categoría de “estar presentes” ya que, aunque es imprescindible descansar bien, el sueño no se caracteriza por ser un estado de conciencia y presencia plena… sino más bien por todo lo contrario. Como sea, un tercio de nuestras vidas transcurre en este estado…   

El otro actor de peso es la distracción y el entretenimiento. Cuando decidimos conscientemente ocupar nuestro tiempo en ir al cine, al teatro, practicar un hobby, ver una serie de TV, noticias, salir de shopping, visitar un museo, viajar, leer un libro,  hacer deporte o seguir la vida de las hermanas Kardashian, ocupamos y enfocamos nuestra mente en algo que juzgamos placentero. Aquello que elegimos hacer con nuestro escaso tiempo “libre”, de una manera proactiva, voluntaria y premeditada es proyectivo de nuestra personalidad y preferencias.

El aquí y ahora, el momento presente, silencioso, donde no necesitamos trabajar, ya hemos descansado bien y aún no estamos ni entretenidos ni distraídos con nada extraño… a ese momento, lo llamamos… “aburrimiento”, nos causa inquietud y nos urge la necesidad de buscar “algo para hacer”. Así es que ocupamos cada silencio con charlas, música, TV o radio y ocupamos el momento presente con una actividad, un entretenimiento o una distracción (incluyendo aquellas divagaciones y conversaciones imaginarias que mencionamos).  

Volver a vivir en el presente

Decimos todo el tiempo que anhelamos poder estar presentes y vivir cada momento plenamente, pero cuando se crea la oportunidad y el espacio, rápidamente lo sepultamos debajo de un entretenimiento o una distracción.

Es por eso que nos cuesta tanto meditar, nuestra mente se ha vuelto como un perro maleducado, si no le arrojamos todo el tiempo la pelotita para que corra detrás, se aburre, ladra o llora.  

Necesitamos re-conectar con la práctica de disciplinas tales como el Yoga, Tai-Chi, Qigong, Wushu, Pranayama, Mindfulness, Meditación y Relajación. Todas ellas, reducen el ruido, enfocan la mente y la re-dirigen al momento presente.

Cuando la mente logra estar en calma, retorna a su verdadero centro, que es el aquí y ahora, entonces la ansiedad, el estrés, la tensión, la angustia, las preocupaciones y los miedos se disuelven. Simplemente se desvanecen porque revelan lo que en esencia son: construcciones de la mente.

Estas disciplinas presentan además una gran cantidad de beneficios adicionales para la salud del cuerpo: una mejor oxigenación, flexibilidad vascular, menor inflamación, mayor capacidad pulmonar, adecuada presión arterial, concentración, equilibrio, mejora cognitiva y relajación. A nivel psicológico, incrementan las emociones positivas,  la auto-estima, la seguridad, el optimismo y la compasión.           

Consecuencias de no estar presentes ni aquí ni ahora

Nuestros diálogos se transforman en monólogos porque no escuchamos. Mientras el otro habla, estamos pensando en lo que vamos a contestar. Siempre en referencia a nuestras propias experiencias. A veces ni siquiera eso, solo estamos pensando en otra cosa que nada tiene que ver.

Contestamos mensajes de texto e incluso atendemos llamados mientras los otros nos están hablando. Mostramos poca sensibilidad, poca empatía y enorme desconexión emocional.  

  1. Esta mala calidad de nuestras conversaciones deteriora las relaciones.
  2. La confianza inter-personal también se ve afectada por el efecto de la pobre comunicación y la escasa empatía.
  3. Al intentar hacer muchas cosas a la misma vez (y divagando mentalmente), nos dispersamos y baja la calidad de lo que hacemos.
  4. Los resultados no llegan y ahora también nos sentimos frustrados por la falta de logros.
  5. La presión por ser cada vez más productivos en un entorno repleto de distracciones, causa estrés y eso reduce (aún mas) nuestra efectividad.
  6. El estrés, la tensión y la multitarea afectan negativamente la calidad de nuestro descanso y sueño creando un ciclo vicioso.
  7. Nuestra necesidad de un futuro seguro, confortable y “bajo control” choca de frente con la incertidumbre y el cambio acelerado de nuestro estilo de vida moderno. Este conflicto es la raíz de nuestras permanentes ansiedades, angustias y miedos.       

Cultivar la presencia plena presenta grandes desafíos para nuestra dispersa atención, pero bien vale la pena intentarlo si queremos mejorar nuestras relaciones interpersonales, nuestra salud, nuestra efectividad y la paz interior.                    

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco

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