La tragedia de los comunes
El trabajo de Garrett Hardin “La tragedia de los comunes”, fue publicado en el año 1968, en la muy conocida revista Science. Era una mirada biológica y evolucionista que investigaba las ventajas adaptativas de la colaboración entre los individuos (en beneficio del grupo) versus el comportamiento egoísta de aquellos que actuaban únicamente en interés propio (individualismo).
Hardin de alguna manera desempolva la antigua preocupación malthusiana en torno a la sobreexplotación de los recursos comunes y el perjuicio general para la supervivencia de toda la población (en activo crecimiento).
En el caso de los seres humanos, el dilema confrontaba también la mirada del corto plazo (inmediatez del beneficio egoísta), con la mirada del largo plazo (sustentabilidad del beneficio colectivo y de las futuras generaciones).
Ideología versus Ciencia
La discusión científica rápidamente se contaminó con matices políticos y sociales ya que -en medio de la guerra fría- esta era una discusión acerca del individualismo (conectado claramente al capitalismo y al liberalismo), compitiendo contra el colectivismo (ligado al comunismo, el marxismo y el maoísmo).
Desafortunadamente, algunos vieron la gran oportunidad de convertir la biología evolutiva en otro frente más de la batalla ideológica.
Cualquier interpretación sobre como operaba “la naturaleza” seleccionando comportamientos adaptativos “más o menos efectivos”, se ideologizaba embarrando el campo de juego con argumentos políticos, emocionalidades y sesgos humanos. Como si los insectos sociales fueran de “izquierda” y los predadores solitarios de “derecha”. Otra de tantas locuras en la historia de la ciencia.
Hardin no logró salir ileso de esta situación. Fue acusado de eugenista, racista, islamófobo y fascista. Defenestrado Hardin, la ciencia y la sociedad tendrían que esperar más de veinte años por el trabajo de Elinor Ostrom para que, con su propuesta sobre la administración del bien común, abra la puerta a la discusión de una forma de convivencia humana pacifica, respetuosa, equitativa y sustentable respecto a los recursos compartidos.
Por primera vez se formaliza una alternativa disruptiva que no aplica la jerarquía, no aumenta la burocracia administrativa, ni centraliza las decisiones para gestionar los bienes compartidos.
Los 8 principios de Elinor Ostrom para la gestión de los bienes comunes
- Definir claramente los límites del grupo.
- Armonizar las reglas que rigen el uso de los bienes comunes con las necesidades y las condiciones locales.
- Asegurarse de que los gobernados por las reglas pueden participar en la modificación de esas reglas.
- Asegurarse de que las autoridades externas respetan los derechos de los miembros de esa comunidad para reglamentar.
- Desarrollar un sistema para que los miembros de la comunidad puedan monitorear el comportamiento de los otros miembros.
- Usar un sistema de sanciones graduales para quienes violen las reglas.
- Proporcionar medios accesibles y de bajo costo para la resolución de disputas.
- Desarrollar la responsabilidad de gobernar el recurso común en “niveles anidados”, desde el nivel más bajo y simple hasta el sistema interconectado completo.
En un mundo superpoblado de humanos que desean incrementar exponencialmente su capacidad de consumo, hiperconectados, hipercomunicados e interdependientes (debido a la escala y el impacto de los cambios que provocan juntos en el planeta), el aporte de Elinor Ostrom y de quienes le sucedieron en esa línea de investigación, no puede ser más esencial y decisivo.
El retorno de las ideologías y la polarización
La reciente invasión de Ucrania, nos sorprendió no tanto como conflicto bélico (que hay muchos en el mundo), sino porque creíamos que la polaridad ideológica y las hipótesis de guerras nucleares eran ya una cosa superada para nuestra «avanzada» especie.
Una discusión acerca de las múltiples “tragedias comunes” (con alcance, escala e incumbencia global), habría sido muy oportuna y necesaria.
Se podrían abordar los temas que amenazan a la especie humana y a este planeta: calentamiento global, contaminación masiva de la biosfera, desaparición de especies y destrucción de ecosistemas, hambre en los países menos desarrollados, crisis migratoria, desertización, agotamiento de los acuíferos, incendios, desigualdad económica, social y educacional, derechos humanos “universales” que solo se cumplen parcialmente y en algunos contextos privilegiados, pandemias, terrorismo, armas de destrucción masiva, desastres nucleares, corrupción política, narcotráfico, etc.
¿Por qué hablo utilizando el tiempo pasado?
Porque una discusión sobre el bien común a escala global no puede llegar a buen puerto si seguimos ocupados aumentando los presupuestos de defensa, con amenazas de invasiones territoriales, guerras económicas y aplicando ideologías mutuamente excluyentes que llevan más de un siglo y medio de fracasos a repetición.
Me refiero a los fracasos del capitalismo tanto como del comunismo. Ambos han fracasado estrepitosamente. El capitalismo condujo al egoísmo extremo, a la codicia sin control, la depredación del ambiente para hacer dinero, la alienación del consumismo y la insensibilidad a la suerte del prójimo. El comunismo favoreció el crecimiento de burocracias estatales abusivas que desconocen los derechos y las libertades individuales, oprimen, gobiernan mediante el miedo, el secreto y la propaganda para mantener su estructura de poder anónima e impermeable al control ciudadano.
Mas de 150 años de intentos fallidos parecen ser un tiempo razonable como para demostrar la necesidad de un cambio profundo.
Si miramos los países que muestran índices altos (y sostenidos en el tiempo) de: calidad de vida, desarrollo humano, salud, felicidad, transparencia política, cuidado y preservación del entorno, justicia y derechos humanos, inclusión social, distribución de la riqueza, etc., se pueden sacar algunas conclusiones útiles sobre lo que funciona y lo que no funciona a gran escala.
El camino actual de confrontación, polarización, competencia y exclusión mutua solo terminará en más guerras, más hambre, más abusos y más sufrimiento para la mayoría (y, eventualmente, para todos). Ocurrió durante muchos siglos y se repite hasta nuestros días. Solo que ahora una tecnología destructiva muchísimo más devastadora.
Hasta hace muy poco tiempo atrás, el conocimiento era poder. El saber se retaceaba, se mantenía oculto y en secreto, era manejado por unos pocos privilegiados en círculos cerrados y exclusivos.
Sociedad del conocimiento… ma non troppo
La moderna “sociedad del conocimiento”, con sus bibliotecas on-line, redes sociales, internet de alta velocidad, metaverso e inteligencia artificial, comparte todo casi al instante. Los contenidos rápidamente se vuelven abiertos, públicos, populares, gratuitos y con acceso rápido. El conocimiento dejó de ser un bien escaso para convertirse en un “commodity”.
Lo que todavía nos queda por resolver en esta era de «excesos» de la información es:
¿En qué momento el poder político se logró separar del conocimiento?
¿Cómo fue que dentro de la vida democrática comenzamos a elegir populismos o gobernantes de escasa integridad y baja competencia?
¿Cómo llegamos al actual nivel de ignorancia (tanto votantes como gobernantes) contando con este colosal arsenal de información, recursos y tecnologías?
¿Cómo es que esta sociedad del conocimiento optó por los «relatos» armados, el pensamiento mágico, la propaganda y la post-verdad en lugar de ciencia, evidencia y pensamiento crítico?
¿Cómo regresamos a las ideologías de la guerra fría mientras nos jactamos de tanto big data, inteligencia artificial, deep learning, nanotecnología y robots?
¿Cómo es posible que con tanto saber, tanta tecnología y tanto conocimiento no podamos dejar atrás los comportamientos autodestructivos y egoístas?
¿Por qué triunfan con facilidad la corrupción, el cinismo y el engaño de un océano de información libre, diversa, gratuita y accesible?
¿Por qué los que saben no llegan al poder y los que llegan al poder no saben?
Tal vez el conocimiento no esta tan bien distribuido como creemos. Tal vez crece la información en “la nube” pero no crece nuestra inteligencia, nuestra sabiduría y nuestros valores.
Cada uno debe hacer su propia reflexión y procurar responder a estas preguntas con profundo pensamiento crítico y gran humildad.
Como les ocurrió a muchos hombres de ciencia, cualquier intento de aportar respuestas y soluciones novedosas puede caer bajo el impulso de la masa por etiquetar políticamente, censurar, buscar intenciones oscuras o imaginar conspiraciones ocultas.
El conocimiento sólo se manifiesta como la capacidad de actuar con mayor efectividad. Los siempre crecientes Petabytes de internet son tan solo un cuerpo inerte si no existe una mente capaz de reflexionar, un corazón capaz de empatizar y una integridad personal sin fisuras.
Nota del Lic. Leandro Javier Perez Surraco
Bibliografia Complementaria
– Hardin, Garrett (1968). «The Tragedy of the Commons». Science 162 (3859): 1243–1248.
– Ostrom, Elinor (1990). «Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action». Cambridge, UK: Cambridge University Press
Excelente Leandro!!!!
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Excelente reflexión!
Creo que está sociedad del conocimiento vino acompañada de profundas desigualdades económicas que los populismos de cualquier signo aprovechan.
La pobreza es funcional a sus fines de perpetuarse en el poder.
Probablemente nunca fue tan fácil de comprar, corromper y manipular tan masivamente como ahora pueden.
Muchas Gracias Horacio !!!