La odisea de la mente distraída

En otra nota me referí a los aspectos que contribuyen a la salud y el bienestar del cuerpo. Ahora quisiera enfocarme en la mente como contribuyente y como detractora del bienestar. Una tarea tan ambiciosa como compleja.

La mente (y su sustento biológico, el Sistema Nervioso Central), es un nodo capaz de percibir, hacer distinciones, ordenar, buscar patrones, almacenar, predecir, generar nueva información y explicar.

Para cuando nos damos cuenta de adonde estamos parados, el aparato cultural-educativo ya ha condicionado suficientemente nuestras capacidades mentales. Al momento de intentar decir o escribir algo en el lenguaje, nuestros sesgos mentales auto-referentes ya están precargados y nos anclan a una cierta “cosmovisión” personal (idioma, raza, color, religión, etnia, cultura, geografía, rituales, creencias, supuestos, tabúes, prejuicios, estereotipos, paradigmas, afinidades, ideas, traumas, modelos de rol, valores, costumbres, moral, historia, mitos, represiones, ideales, memorias, costumbres, auto-estima, etc.).

Incluso tenemos puntos ciegos acerca de cómo estos anclajes limitan y distorsionan nuestra visión. Creemos que vemos el mundo “tal cual es”. A tal punto que lo manifestamos al hablar bajo la forma de exigencias de este tipo:

La verdad es que…, La realidad es que…, La ciencia ha demostrado que…, Dios espera de nosotros que…, La patria nos llama a…., La libertad demanda entender que…, Lo justo sería que…, La moral nos dicta que…, Alguien con sentido común pensaría que…, Los derechos humanos exigen que…, Los deberes de un ciudadano son…, Una persona inteligente actuaría…, etc.

Esto le indica al interlocutor que debe aceptar lo que se le dice o bien aceptar que es un necio, un ignorante, un autoritario, un inmoral, un hereje o lo que resulte más efectivo a los fines de coaccionar.

No solo cargamos con esta enorme mochila de nuestra propia cosmovisión llena de puntos ciegos, además creemos fuertemente en ella, la defendemos de todo aquello que la amenaza. Con la mejor intención (o no…), queremos estar en lo cierto, queremos tener la razón, no queremos estar equivocados, queremos sentirnos “más cerca de la verdad”, necesitamos tener “certezas”, estar muy seguros de aquello en lo que ya hemos decidido creer…

Otro de los problemas de la mente es que opera en la dualidad (lindo-feo, agradable-desagradable, alto-bajo, bueno-malo, correcto-incorrecto, sujeto-objeto, etc.). Cuando la mente cree estar en posesión de “la verdad” o cuando cree estar “más cerca” de ella, cualquier otra mente que crea en algo distinto es la que suele ocupar el lugar de “equivocada”.

Estos puntos ciegos a nivel de las creencias y paradigmas están montados sobre otra capa de problemas: los sesgos cognitivos. Ya identificados y bien descriptos por Kahneman y otros autores, muestran la “dudosa” lógica de la mente para sacar conclusiones válidas y racionales con coherencia y consistencia interna.

Hasta aquí solo las preocupaciones en torno a cómo la mente habla, describe y explica su entorno desde su propio devenir histórico.

Cuando el sistema cultural-educativo nos termina de dar las herramientas y capacidades básicas para analizar con algún grado de pensamiento crítico lo que quiera que ocurra en nuestro entorno, ya tenemos entre medio un mega-edificio de sesgos conceptuales, abstracciones, creencias, emociones y paradigmas que obstaculizan la propia observación.

La mayoría de nosotros se mueve feliz por la vida creyendo que somos una suerte de cámara fotográfica que solo registra pasivamente “imágenes de la realidad externa” con un poco más o un poco menos de foco, color y resolución.

Ahora, esa mente intensamente educada para ser inquieta e inquisitiva (en algunos casos…), se mantiene ocupada y preocupada moviéndose de un lado para otro sobre el eje temporal. Imagina o adivina el futuro y todos sus potenciales escenarios. Recuerda experiencias pasadas provenientes de registros incompletos de nuestra memoria, luego edita esas memorias y las inserta dentro de relatos que resultan aceptables a la luz de nuevas experiencias que se acumulan día a día pero que no estaban allí cuando los eventos pasados ocurrieron. Reinterpretamos lo ocurrido en el pasado   desde la perspectiva actual en el presente.

Como resultado, la mente vive editando memorias, construyendo nuevos relatos, rumiando pensamientos o especulando sobre lo que puede llegar a ocurrir. En este punto, hemos perdido de vista el presente (lo único que “es”) para adentrarnos en un mundo de anticipación, imaginación, recuerdos editados y relatos algo fantásticos.

Los budistas se dieron cuenta de este gran problema hace muchos siglos. Entrenan la mente para vivir el momento presente. Saben bien que una mente demasiado inquieta (la mente de mono) se desenfoca y se pierde dentro de sus propias elaboraciones de elaboraciones. Se separa progresivamente en un bucle de retroalimentación ego-referente donde se vuelve difícil distinguir ilusión y percepción. Algunos pueden caer en estados de melancolía, tristeza, irritabilidad, cansancio emocional, desconfianza, descreimiento, escepticismo, ansiedad, ideas obsesivas, estrés crónico, ataque de pánico…o hasta incluso comportamientos compulsivos, paranoia y depresión, la lista es interminable.

Los que son más sensibles a los propios cambios en el estado de ánimo, energía y humor, encuentran que ciertas actividades distraen, ocupan y/o anestesian a la inquieta mente de mono: miramos televisión, vamos al cine, matamos alienígenas en la computadora, miramos el show de las redes sociales, divagamos en internet, tomamos mojitos y margaritas, trabajamos en fines de semana, nos vamos de shopping a comprar cosas que no necesitamos, levantamos 200 kg de pesas para ver si nos parecernos a Rambo, hablamos por teléfono, leemos revistas del corazón, comemos comida chatarra, vemos videos de conspiraciones en YouTube, grabamos bailecitos ridículos en Tik Tok, planeamos las vacaciones en Tailandia, alquilamos otra película mala de zombis o apostamos a que Fast & Furious 9 será algo mejor que las 8 pesadillas anteriores…

Pero toda anestesia tiene un efecto temporal. Lo realmente efectivo es moverse de un entretenimiento a otro para evitar la “catástrofe” de un posible silencio consigo mismo. Mantener al mono bien ocupado dentro de una apretada agenda de distracciones de tal modo que no se ponga a pensar.

Porque pensar es pensar sobre el futuro o pensar en el pasado. Pensar sobre lo que deseo o sobre lo que temo. Ponerme ansioso porque ”necesito” ese nuevo automóvil alemán para ser feliz pero antes “necesito” esa promoción para poder pagarlo…

Alternativamente, pensar es bucear en el pasado. Tal vez sentir remordimientos por la dieta que no hice en verano, o lo que nunca dije en aquella reunión clave. Es revivir aquellos hermosos momentos en mi memoria…pero que ya se han ido. Es recordar y resentir alguna experiencia…que preferiría francamente olvidar.

Meditar es estar aquí y ahora. Es reducir hasta suprimir el ruido innecesario de la mente pensante.

Ni en el futuro especulativo del tal vez, ni en el pasado irreversible que ya fue.

Ni deseando tener más confort, ni rechazando lo que me incomoda.

Ni necesitando comprar algo nuevo, ni sintiendo miedo a perderlo.

Ni decepcionado por lo que ocurrió, ni esperando algo diferente para ser feliz.

Solo Ser. Aceptar plenamente este mismo presente porque es lo único que “es”.

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco

Bibliografía Complementaria

Thinking fast and slow. Daniel Kahneman. 2011

The myths of happiness. Sonja Lyubomirsky. 2013

How Emotions Are Made: The Secret Life of the Brain. Lisa Feldman Barrett. 2017

The Stress-Proof Brain: Master Your Emotional Response to Stress Using Mindfulness and Neuroplasticity. Melanie Greenberg PhD. 2017

The Essentials of Tibetan Buddhism. Jampa Thaye. 2017

Life Ahead: On Learning and the Search for Meaning. J. Krishnamurti. 2005

The deepest acceptance. Jeff Foster. 2012

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