La confianza, base de la colaboración y la sinergia

Confianza

El término «confianza» proviene del latín «confidentia», donde «con» es junto o todo, y donde el término latino «fidere», proviene de «fides», y significa fe, lealtad. Es decir «con toda fe» o «con toda lealtad».

Confiar se relaciona entonces con creer el algo o en alguien. Quien confía asume –apriori- la verdad o el bien de algo sin mediar necesidad de experimentación.

Rachel Botsman en su libro “Who can you trust?” (que les recomiendo leer), sostiene que la Confianza es “una relación segura con lo desconocido”. Botsman muestra en un gráfico un espacio que se abre entre lo conocido y lo desconocido. Entre medio hay un espacio de incertidumbre. La confianza es entonces -para ella- como un puente que conecta ambos lados (lo conocido con lo desconocido), pero de una manera segura, con expectativas positivas, con fe en que lo que ocurrirá del otro lado será bueno.

El puente de la confianza conectando lo conocido y lo desconocido por encima del temor

La confianza es el motor del crecimiento humano en sociedad, en la convivencia. Piensen en el crédito, o en la persona que pide prestado, o cuando van a cruzar la calle por la senda peatonal, ustedes creen, esperan, confían o toman por cierto que los otros van a comportarse correctamente o de acuerdo a una cierta expectativa positiva que tienen -a priori- en mente.

Como contraparte, piensen en la guerra fría o en los conflictos con grupos fundamentalistas: la desconfianza (mutua) es cuando se esperan cosas malas y negativas del otro en un futuro. Esas expectativas negativas generan dudas, temor y susceptibilidad, nos ponen a la defensiva y llevan, por lo tanto, a una escalada (recíproca) que llega a alguna forma de hostilidad, incluso la violencia.

Aparece aquí una primera conexión fundamental entre la confianza y el espectro de las emociones humanas. En presencia de desconfianza las emociones que se
desarrollan son siempre limitantes, constrictivas o destructivas. Inversamente, en presencia de confianza, las emociones se vuelven expansivas y creativas facilitando
la interacción colaborativa y la aparición de alternativas novedosas que toman ventaja del conocimiento y la experiencia colectiva.

Como ejemplo, recuerden el inicio de la pandemia de COVID, la incertidumbre escaló a miedo, la gente arrasó las góndolas de los supermercados y se llevaba todo lo que podía perjudicando a los demás. Ante el miedo, el egoísmo, el individualismo y la inter-competitividad secuestran al cerebro racional y le impiden lograr la empatía y la colaboración.

A modo de resumen

la confianza

De todo lo anterior, se desprende el enorme impacto e importancia social que posee la confianza para facilitar la interacción humana constructiva-creativa dentro de una comunidad.

La «confiabilidad» es la capacidad que tenemos para comunicar o inspirar la confianza del otro. Somos confiables cuando el otro no espera algo incierto, sorpresivo, falso, malintencionado o malicioso de nosotros. Cuando logramos resonar, empatizar, conectar, coordinar y compartir con el otro.

En una sociedad global que se ha vuelto extremadamente numerosa, compleja, diversa e híper-conectada a través de la tecnología, los logros realmente importantes son fruto del esfuerzo y la acción colectivos.

La confianza juega aquí el rol de «pegamento social» porque facilita el entendimiento mutuo necesario para la coordinación de tareas, el diálogo y la construcción conjunta.

Los desafíos humanos a escala global (como la pobreza, la guerra, el hambre, la salud, el calentamiento climático, la emigración, el desempleo, la droga, la redistribución de la riqueza, la contaminación, la biodiversidad, la desertización, etc.), no pueden ser abordados individualmente, ni siquiera es posible a nivel de una nación-estado que pretenda trabajar aisladamente. Los grandes consensos y acuerdos para la convivencia ecológica de nuestra especie (y la de todas las otras especies vivientes que son nuestros rehenes) descansan sobre la confianza, la credibilidad y las emociones expansivas de los seres humanos.

Muchos gobiernos y políticos inescrupulosos hacen exactamente lo contrario: utilizan el miedo colectivo, la desconfianza y el individualismo para unir fuerzas y voluntades muy dispersas en contra de enemigos, amenazas, conspiraciones o complots que ellos mismos se han dedicado a crear y desarrollar.

Pero si es tan importante la confianza y la confiabilidad para el colectivo humano:

-¿Por qué no se nos enseña a ser más confiables?
-¿Cómo es que algunas personas logran resonar y conectar mientras que otras compiten y son hostiles entre sí?
-¿Cómo es posible que las personas “comuniquen” desconfianza?

Hasta el momento, no somos capaces de leer los pensamientos y las intenciones ajenas. Por este motivo, lo único que podemos percibir del otro son sus acciones, sus palabras y su lenguaje no-verbal (el cuerpo, el tono e inflexión de la voz, los silencios, la mirada, las emociones, los movimientos, los gestos faciales, la respiración, la posición, etc.).

En la interacción entre los muy diversos individuos de la sociedad humana, cualquier incoherencia o inconsistencia entre lo que decimos, lo que comunicamos o lo que hacemos es percibida como “potencial amenaza”, como un indicador de “peligro”, tal vez algo “malo” se avecina. Lo incierto, lo que no logramos predecir nos causa temor o desconfianza.

Los humanos no somos maquinaria mecánica ni electrónica. La perfecta coherencia y consistencia ante los ojos de los demás es una meta imposible de lograr.
La comunicación humana contiene este “ingrediente mágico” de la interpretación de los significados. Estos significados del lenguaje humano no se pueden comparar con el código compartido que utilizan las computadoras para comunicarse. El secreto de las máquinas es que instalan un mismo software en ambos extremos y cualquier significado es unívoco. Distinguir entre mensaje y ruido, error o valor correcto es relativamente más simple.

Lo que una persona piensa, siente, imagina, elabora, analiza, intuye y finalmente connota acerca de lo que otra persona le intenta comunicar, no queda determinado
por el texto, ni por quien comunica debido a la existencia de este paso interpretativo (contextual, intelectual, emocional, social-cultural, histórico…) que hace el
interlocutor.

Dicho esto, lo que alguien considera coherente y consistente puede (con toda tranquilidad) no serlo para el otro, y viceversa. En la apreciación humana de la
“confiabilidad”, las palabras y los mensajes que escogemos para hablar son poco relevantes frente al desproporcionado peso de la interpretación de intenciones,
emociones, sentimientos, intuiciones e impresiones que trascienden al intercambio verbal o al propio texto de los mensajes.

Sabemos bien que una vez instalada una “sensación de desconfianza”, esta tiende a resistir todo tipo de mensajes. Bien conocen sobre este tema los políticos y los
esposos infieles, una vez perdida la credibilidad y la confiabilidad es extremadamente difícil volver a recuperarlas.

A diferencia de lo que le ocurría al Señor Spock y a los habitantes del planeta Vulcano de “Viaje a la Estrellas”, las emociones humanas suelen imponerse fácilmente por encima de la razón y la lógica.

¿Qué es entonces eso que llamamos “mentira” o “deshonestidad”?

Se trata de un quiebre percibido en la integridad del eje:

Pensar -> Sentir -> Comunicar -> Hacer

Ese quiebre es siempre percibido por alguien. Ese «alguien» espera observar algo pero percibe algo distinto. La expectativa le pertenece a ese particular observador.
La inconsistencia o la discrepancia disparan incomodidad, recelo, duda o desconfianza en el observador que las percibe.

Es de suprema importancia darse cuenta de que esta «inconsistencia o discrepancia» que el observador afirma estar «viendo en el otro», es una diferencia entre sus
propias expectativas y sus propias interpretaciones acerca de lo que observa. Por este motivo, tanto la idea de desconfiar como la idea de confiar contienen una
elevada componente subjetiva y personal de la cual no nos podemos librar.

A pesar de que las afirmaciones –propias- siempre atribuyen el origen de la «mentira» o «deshonestidad» a una fuente externa («el otro»), necesitamos hacernos
cargo de nuestro involucramiento activo y creativo en el proceso generar esas expectativas, interpretaciones y afirmaciones.

Las propias expectativas (sean positivas y expansivas o sean negativas y limitantes) juegan un rol absolutamente central en la manera en que interpretamos y juzgamos el comportamiento que (mal) llamamos ajeno. Cada observador desarrolla expectativas, interpreta y juzga al mundo desde su propia y única biografía (genética, educación, lenguaje, cultura, valores, creencias, historia, etc.).

Llegado este punto, podemos visualizar un poco mejor el origen y la naturaleza de los frecuentes conflictos humanos: hay un enorme número de individuos, con su infinita diversidad, interactuando a través de una comunicación contextual, subjetiva, sesgada por emociones y cuyos significados finalmente se connotan. Es un milagro que no estemos peor, diría el Señor Spock.

Se llega a la situación de conflicto cuando hay una confrontación entre partes a raíz de la defensa de intereses contrapuestos. No llegado un acuerdo, la situación escala. Una vez más, convergen la desconfianza, las emociones negativas, el miedo a perder, el egoísmo, las interpretaciones maliciosas y la hostilidad.

Para resolver los conflictos y llegar a un acuerdo, se requiere reconocer y legitimar al otro (incluidos sus propios y distintos intereses) de tal modo de poder des escalar la espiral de pensamientos, emociones y acciones que conducen a la confrontación.


¿Qué podríamos hacer si queremos mejorar?

1) Mantener expectativas positivas y constructivas acerca de los otros.
2) No asumir intenciones ajenas maliciosas con base en prejuicios, intuiciones o, incluso, la historia previa (porque el pasado no determina el futuro).
3) Hacer un permanente esfuerzo por mantener la coherencia y la consistencia en el eje: pensar-sentir-comunicar-hacer (ejercicio de la integridad).
4) Cuidar e incrementar la confiabilidad, credibilidad y autenticidad personal.
5) Hacerse cargo del enorme peso de las propias expectativas, interpretaciones y juicios que impregnan todas y cada una de nuestras afirmaciones.
6) Legitimar al otro: Reconocerlo como alguien distinto, diferente y con todo derecho a tener otras expectativas, otras interpretaciones, otros pensamientos, otras emociones, otro estilo comunicativo y un comportamiento (emergente de su propia biografía) que resulta único e irrepetible.

Auto-confianza

Por último, no puedo dejar de hablar de la auto-confianza: que es la expectativa, la seguridad y la fe en que «YO» soy capaz de construir esos puentes hacia lo positivo, lo creativo, lo colaborativo y lo expansivo. La auto-confianza es una de las fortalezas intra-personales básicas junto con la auto-estima, la auto-motivación, la auto-regulación emocional, el auto-conocimiento y la introspección. El crecimiento intra-personal desvanece las creencias limitantes, el miedo y las emociones constrictivas. Por eso la auto-confianza es la base para construir la confianza en los demás.

La capacidad para mantener la confianza más allá de las diferencias, los desacuerdos, la historia pasada, las emociones y los reclamos del propio ego, alcanza su máxima expresión en el amor y la compasión.

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco