Un rastro de experiencias
Cuando hablamos de «huella emocional» nos referimos a los cambios psicológicos que se producen a raíz de experiencias de vida que son emocionalmente significativas.
Esas huellas emocionales pueden ser tanto positivas como negativas, pero siempre moldean o alteran nuestra forma de percibir el mundo, de relacionarnos con los otros o con nosotros mismos. Son «significativas» porque tienen un impacto duradero en nuestra forma de pensar, sentir y actuar.
Estrictamente hablando, se trata de memorias o recuerdos asociados a emociones intensas que, por esa misma razón, persisten en nuestra memoria de largo plazo.
Cuando vivimos algo parecido, se evoca el recuerdo con una serie de respuestas emocionales o conductuales teñidas de la influencia del evento disparador original.
Las huellas emocionales, pueden influir en la forma en que reaccionamos ante determinadas situaciones, creando patrones de comportamiento repetitivos.
Las experiencias emocionales intensas le dan forma al aprendizaje, son capaces de cambiar creencias, actitudes y comportamientos. Esto se da tanto para bien como para mal. Por ejemplo, una persona que ha trabajado junto a un gran líder, un gran maestro o un ejemplo vivo de valores, puede copiar algunos de sus comportamientos más efectivos. Desde la admiración, adoptamos lo bueno por imitación.
Inversamente, alguien que ha sufrido el abuso, el maltrato o la humillación, puede desarrollar una visión negativa, sesgada o defensiva en sus relaciones posteriores con otras personas. Nuestras historias de vida nos marcan, algunas nos inspiran y otras nos dejan cicatrices.
Experiencias tales como la violencia, la pérdida, el fracaso, el abandono, la vergüenza, etc., pueden dejar huellas emocionales profundas y persistentes, conocidas como traumas. Los traumas pueden manifestarse a través de diferentes síntomas como ansiedad, depresión, estrés postraumático y diversas dificultades en las relaciones.
A través de la terapia y otras intervenciones, es posible superar o sanar ese tipo de traumas emocionales. Los patrones negativos se pueden transformar en patrones más saludables, funcionales y efectivos. Nuestra historia pasada nos influencia fuertemente, pero no nos determina ni nos define. Siempre hay una última libertad de elección.
Estamos marcados por las huellas emocionales de otros y, nuestro propio devenir, deja un rastro de experiencias emocionales en los demás. Dependiendo de nuestro nivel de conciencia, podemos dejar huellas positivas memorables o cicatrices indelebles. Recordaremos bien tanto a Atila como a Mahatma Gandhi. A uno por lo mucho que destruyó y el sufrimiento que causó, al otro por su inspirador pacifismo y su mensaje de esperanza.
Hoy víctima y mañana victimario
Nos resulta más fácil identificarnos con el rol de “la víctima”. Aquel que ha sufrido una herida emocional en primera persona, inmediatamente siente su pesada carga. Mucho más difícil, es identificarnos a nosotros mismos como «victimarios» o como una fuente activa del sufrimiento o el dolor ajeno. Los que causan daño siempre son «otros».
Nuestra incapacidad para percibir o reconocer nuestro rol en el sufrimiento y el dolor de otros, puede deberse a diferentes motivos, los más comunes son: la ignorancia, la insensibilidad, el espectro amplio del ego (individualismo -> egoísmo -> egocentrismo -> narcisismo), la presión social o de grupo y, en menor medida, trastornos y patologías mentales.
Muchas veces, al adoptar una perspectiva en donde nuestro ego es el centro del universo, nos enfocamos en la búsqueda de nuestro propio placer y beneficio. Desde esta posición, no registramos o no nos interesamos por lo que le pasa a los demás. Nuestra insensibilidad vuelve invisible al otro. No hay una intencionalidad, es un punto ciego emocional.
Daño colateral
En este nivel, se observan auténticos “daños colaterales”. Es la metáfora del elefante en el bazar. No es que el animal tiene la intención de romper todos los objetos para que el dueño se sienta mal. El elefante solo expresa su naturaleza (la única que posee). En este caso, el sufrimiento del otro no resulta de algo ni deseado, ni planificado.
El ignorante y el insensible genuinos, no logran percibir, sentir o comprender las consecuencias completas de sus actos. Es como la sinceridad brutal del niño que se acerca al señor del tren y le pregunta ¿Por qué a usted te falta una pierna?
La madre sufre un sofoco de vergüenza, pero el niño no logra entender ni la incomodidad de su madre ni la del señor.
En este tipo de casos, no hay propósito o “maldad”. Más tarde, el niño maduro, asimilará la idea de “ponerse en el lugar emocional del otro”, y no solo centrarse en satisfacer su propia curiosidad.
Si creemos en el poder del aprendizaje y del desarrollo humano, asumimos que la ignorancia y la insensibilidad se pueden trabajar, son condiciones persistentes pero (eventualmente) reversibles.
Omisión
A veces podemos producir dolor, pena o sufrimiento en otros por simple omisión. Lo que no hacemos o lo que no decimos, también tiene un efecto o consecuencia en el estado emocional del otro.
Aquel regalo del día de la madre que jamás compré o, como decía Gregory Bateson, la carta de amor que nunca se envió, para quien no la recibe, es información. Efectivamente, hasta el silencio comunica, el silencio puede ser un mensaje.
En general tendemos a creer que el daño o el dolor se producen por lo que alguien decidió, hizo o dijo, pero eso no es siempre así. A veces, lo que no decidimos, no hacemos o no decimos, puede lastimar.
Expectativas y desilusión
Las personas tienen sus propias expectativas. Esperan que nos comportemos de cierta manera o esperan que digamos ciertas cosas. Cuando eso no se cumple, nos convertimos en el motivo disparador de su sufrimiento, frustración o decepción.
Las creencias y las expectativas le pertenecen a cada uno. Son claramente construcciones de su propiedad. Sin embargo, es necesario exponer el fenómeno porque veremos a mucha gente ofendida, dolida o resentida por cosas que alguien hizo, omitió hacer, dijo u omitió decir.
Las expectativas siempre vienen de la mano con las decepciones y las desilusiones.
Buscando culpables
Desde el sufrimiento y el dolor, también se exacerba la búsqueda de culpables y de intencionalidades ocultas o maliciosas. Culpar a otro por lo que me pasa me convierte en «la víctima», un rol bastante cómodo. Hoy más que nunca, las conspiraciones se viralizan con tremenda facilidad y reciben miles de «me gusta» en las redes. Imaginar complots sombríos que digitan nuestros destinos nos exonera, nos libera y nos convierte en mártires.
Sabemos que existen las personas sádicas, aquellas que sienten placer al causarle dolor a otros, sin embargo, en la mayoría de los casos se trata más bien de ignorancia, insensibilidad o excesos del ego.
Hasta nuestras miradas, gestos y lenguaje corporal tienen poder comunicativo. Son capaces de evocar emociones y sentimientos de distinto tipo en el otro. Tal vez lo notamos, o tal vez ni siquiera nos damos cuenta, pero allí está presente esa capacidad para influir o cambiar el estado emocional de otras personas, sea para mejor o para peor. Aun sin decir una sola palabra, comunicamos e influimos a nuestro alrededor.
La «causa» del sufrimiento
En todo proceso comunicacional hay (cuando menos) dos partes, por lo tanto, sería tan excesivo como inexacto hablar de que alguien “causa” unilateralmente el sufrimiento en el otro.
El dolor y el sufrimiento son fenómenos muy reales para quien los padece. Pero la «causa» del sufrimiento, es una discusión diferente y más compleja, en vista de la subjetividad de quien interpreta y otorga sentido.
Sea porque interpretamos, connotamos, contextualizamos, inferimos, suponemos o creemos cosas distintas, las palabras de alguien, un silencio o una omisión, pueden evocar cosas muy diferentes en cada persona.
En la comunicación humana, no hay una correspondencia unívoca entre el mensaje y su significado. Los significados se construyen y se reconstruyen en una dinámica individual y sociocultural. Entender bien el contexto y la historia de las interacciones previas entre los diferentes interlocutores, resulta crucial para los significados que se evocan.
Grandeza
Expandir nuestro nivel de consciencia e intentar “hacerse cargo” de los cambios que producimos a nuestro alrededor, es un camino de grandeza.
Hablo aquí de grandeza porque no controlamos las expectativas, creencias, interpretaciones, actitudes o comportamientos ajenos. Tampoco es nuestro deber ni nuestra obligación que el otro se sienta bien con lo que hacemos, decimos u omitimos. Aun así, podemos elegir involucrarnos voluntariamente e intentar ser una fuente de emociones positivas para el otro, en lugar de ser el origen de su tristeza, su frustración, su temor u otras emociones constrictivas. También aquí hay libertad para elegir donde empieza y donde termina la aceptación, el cuidado y la compasión de la que somos capaces.
Percibir, sentir y comprender el dolor del otro
En el nivel siguiente, se sitúan las personas que ya toman conciencia del dolor ajeno. Esa persona que se da cuenta de lo que le pasa al otro. Siente, intuye, resuena o comprende su sufrimiento y, además, se puede identificar a sí mismo como el posible disparador de lo que le pasa al otro.
Pero no se puede cantar victoria todavía. Incluso cuando la persona toma plena conciencia de las consecuencias de sus actos y de cómo se puede estar sintiendo el otro al respecto (empatía), todavía puede enmarcarlo dentro de algún tipo de “explicación” o “justificación” funcional y conveniente para su ego. Cualquier argumentación que implique pensar “este no es mi problema”, “esto no me incumbe”, «esta no es mi responsabilidad» o “yo no me puedo hacer cargo de lo que le pasa al otro”.
Por ejemplo, en las relaciones ganar-perder, uno puede identificar con claridad que el otro siente dolor o sufre cuando pierde. Sin embargo, se acepta que cuando los recursos son limitados, hay una competencia entre partes y, el que “gana”, se queda con el recurso.
Esta explicación “justifica” que uno pueda ser motivo del sufrimiento ajeno, en vista que la única opción parece ser “el dolor del otro, o el mío”.
Modelo supervivencia, ley del más fuerte, darwinismo o como quieran llamarla. Básicamente, si alguien va a sufrir, claramente, intentaré no ser yo. El ego se posiciona en el centro de la escena y decide protegerse del dolor. El ego teme el sufrimiento, lo rechaza, se esfuerza por evitarlo.
Cuando las reglas de juego son explícitas y equitativas para todos los “competidores”, se lo llama “meritocracia”. Un examen de ingreso, un concurso, un ranking o un juego olímpico son buenos ejemplos de esta variante. Hay ganadores y hay perdedores. Hay dolor, frustración y sufrimiento para todos los que pierden o quedan excluidos, pero convivimos con ello y llegamos a aceptarlo como “fair play” o juego limpio. La idea central en este argumento es que, si se aplican las mismas reglas para todos, el resultado de la competencia es «justo», porque siempre «gana el mejor».
La cebra recién nacida, la más lenta, la más enferma, la que tropieza o la que es más vieja, termina siendo el almuerzo de las hienas. Las mismas reglas le aplican a toda la manada. Naturaleza en estado puro.
¿Será la mejor metáfora posible? ¿Podemos gestionar otras más complejas?.
La presión social o de grupo
Una sociedad compleja tiene muchos roles diferentes y tiene mecanismos para que estos roles se cumplan de acuerdo a ciertos estándares y expectativas.
El rol de policía, soldado, sacerdote, juez, carcelero, abogado, director de finanzas, agente encubierto, senador, guardaespaldas, gurú, influencer, ingeniero, rapero, político, CEO o médico, o lo que ustedes quieran imaginar.
Muchos se pueden meter tanto en el rol, que hasta olvidan su condición humana. Otros no la olvidan, pero creen que «no hay opción», no quieren pagar el precio de no ser parte o no «alinearse».
Algunos se adaptan, otros se rinden, unos se inclinan, renuncian, miran a un costado o fingen demencia. La cuestión es que el sistema los termina sometiendo a cambio de pertenencia, confort o dinero. Hasta los dictadores y genocidas siempre consiguen abundante «mano de obra calificada».
Sea en el nombre de Dios, la patria, el imperio, la libertad, la nación, el partido, el estado o la revolución, siempre se ha encontrado la manera de justificar los planes miserables, al mismo tiempo que se recluta la gente necesaria para ejecutarlos.
Resulta práctico para quienes reinterpretan la historia, culpar a un líder sociópata o psicópata. Lo que resulta incómodamente cierto, es que la ejecución del trabajo sucio a gran escala siempre ha requerido de miles y miles de “roles” que, bajo mayor o menor presión, hacen lo que se espera de ellos, y hasta un poco más…
Atención entonces a los roles y a la presión del grupo, muchas veces “la mayoría” también se equivoca.
Cómo dejar una huella emocional positiva
Dejar una huella o un legado positivo en el mundo es un objetivo que muchos anhelan incluir en su enunciado de misión personal. Como ideal, tiene que ver con la contribución o el servicio que una persona hace a su comunidad.
Esto se da a través de ser una influencia constructiva, ser un modelo de valores, ser un referente profesional o técnico, etc. Diversas tareas, tales como el trabajo comunitario, participar en un rol formativo o de educación, ser coach o mentor, haber hecho aportes científicos o artísticos, ayudar durante una emergencia o catástrofe, son buenos ejemplos de cómo se puede dejar una huella positiva dentro de la comunidad o la sociedad.
En los tiempos que corren, con tanta polarización y odio gratuito, hay que construir confianza y serenidad. Eso requiere de una buena reputación personal. Credibilidad y honestidad sostenida a lo largo del tiempo, un activo muy escaso.
Un líder con inteligencia emocional, según Goleman, necesita un buen balance entre cinco destrezas: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. Además de ello, el líder debe dominar las competencias «duras» de su función y de su campo. Solo así podrá mostrar logros extraordinarios y mantener la excelencia operacional.
Los líderes «promedio» pasan, se olvidan. Recordamos a los líderes que se diferencian. A los que se ubican en ambos extremos de la curva de Gauss, sea por su excelencia o por su marcada incompetencia. Precisamente, porque ambos polos dejan su huella emocional.
Los líderes desastrosos también pueden dejar lecciones útiles: qué no hacer, qué no decir y cómo no comportarse. Tenemos la oportunidad de experimentar, en primera persona, el efecto destructivo de la incompetencia profesional, la incompetencia emocional o la falta de carácter e integridad. Un aprendizaje muy importante, por el cual los equipos pagan el precio más caro.
Dar un buen feedback es un regalo. Decir algo inspirador es un regalo. Reconocer un esfuerzo es un regalo. Estar presente es un regalo. Defender al equipo es un regalo. Enseñar algo valioso es un regalo. Ofrecer ayuda es un regalo. Dar un buen consejo es un regalo. Decir la verdad es un regalo. Brindar contención es un regalo. Preguntar con genuina curiosidad es un regalo. Reforzar la autoestima es un regalo. Decir “no sé” es un regalo. Mostrar humildad es un regalo.
Todos los actos de bondad, cuidado y generosidad crean lazos de confianza y credibilidad. Compartir los talentos que cada uno tiene y poner las fortalezas al servicio de alguna causa noble, siempre dejará una huella emocional positiva en los demás.
Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco