El balance entre la vida personal y el trabajo

Para los empleados sigue siendo de vital importancia contar con un buen balance «trabajo-vida” (como viene del término acuñado originalmente en ingles «work-life balance»).

En ese mismo término “trabajo-vida” ya queda manifiesta una extraña dualidad. ¿Será entonces que o bien trabajamos o bien vivimos…?

Esta dualidad no tiene un origen solamente semántico, en una suerte de divorcio mental ya hemos aceptado, y hasta contribuido, a que estos dos ámbitos (el trabajo y la vida personal) sean claramente escindidos y diferenciados a través de significados, reglas, expectativas, comportamientos y emociones que asociamos a cada uno por separado.

Así las cosas, el ser humano se percibe en libertad, se divierte, comparte, cuida de los otros, ama, siente, se involucra, confía o se muestra vulnerable como parte de su ámbito “vida”.        

Mientras tanto, ya como hombre o mujer de negocios, el profesional que acude apurado a su oficina, se viste distinto, convive a diario con juegos de poder, con la competencia por ser promovido, con la competencia por recibir recompensas económicas, por ser reconocido o simplemente por sobrevivir a los riesgos de la jungla corporativa. En este contexto, el desconfiar, retacear la colaboración, evaluar adonde termina el equipo y adonde comienza el propio ego, volverse frío e insensible ante el fracaso o el dolor ajeno, aprender las artes de la “política interna”, el “auto-marketing” o responder con algo de cinismo, son moneda corriente en el ámbito “trabajo”.

Muchos años atrás cuando trabajaba y convivía a diario con médicos los escuchaba conversar durante el almuerzo:

-“Ahora a las 14:30 tengo quirófano, un linfoma no-hodgkin. Pero después nos reunimos”

-“Pudiste ver ese ovario poliquístico? Te lo dejé sobre el escritorio, míralo y conversamos luego”

El nombre de las personas siempre desaparecía de la escena. «Ser un profesional» implicaba observar fríamente el caso, el sistema cuerpo, diagnosticarlo y solucionar sus problemas tratando de no involucrarse mucho con la persona que vivía y habitaba en ese cuerpo.

La auto-escisión mental es un mecanismo de defensa y protección ampliamente aceptado como parte de nuestro proceso de “desarrollo profesional”. Justificamos así ámbitos de comportamiento, de emocionalidad y hasta valores que son distintos a los que aplicamos en nuestra propia casa. Se nos enseña que un involucramiento personal o emocional puede provocarle un sesgo a nuestra «objetividad profesional».

En el Ejército pude observar un fenómeno similar, aquí nunca se habla de matar personas y menos de asesinar. Se “abre fuego”, se “bate una zona’, se “despeja”, se “interroga”, se “neutraliza un blanco”, etc.

Despersonalizar, separar las actividades en pequeños fragmentos de un gran proceso, especializar, tener una visión parcial o reducida, cambiar las palabras utilizadas e insensibilizar conduce lentamente hacia la alienación. Este es un viejo truco utilizado por los seres humanos para mantener la eficiencia y la efectividad del trabajo, sea cual sea la consecuencia, la carga y el impacto de lo que estamos haciendo para otras personas y para nosotros mismos.

Luego de hacer bien aquello por lo cual se nos paga…podemos regresar a casa y vivir una “vida normal”.

Afortunadamente, los paradigmas han ido cambiando y hoy ya existen cada vez más voces disonantes que claman abiertamente por volver a integrar los hemisferios cerebrales, resolver el divorcio intelecto-emoción, unificar los valores personales y los valores empresariales, balancear y armonizar los diferentes dominios vitales.

La persona que «va a su trabajo» y la persona que «vive» resultan ser una y la misma pero todavía aceptamos la convivencia con un set de valores, comportamientos y emociones distintos según la misma persona se encuentre trabajando o fuera de su actividad laboral (eso sería «viviendo»…).

El trabajo es una de las múltiples dimensiones de una vida rica balanceada e integrada, pero a veces puede -como si fuera un tumor- expandirse, extenderse y colonizar otros tejidos de nuestra vida. Cuando eso ocurre, la lucha contra esa expansión del trabajo puede costar caro a la felicidad, al bienestar e incluso a la salud.

La persona es una: una vida, una mente, un cuerpo y un espíritu.  

Cualquier diálogo actual y serio sobre la salud, el bienestar, la felicidad, el balance, el compromiso, la creatividad y la productividad debería poner en el centro a esa persona integrada (y no a la rentabilidad…).

El trabajo y la empresa deben estar al servicio del ser humano y NO el ser humano al servicio del trabajo y la empresa. En un contexto de creciente automatización, digitalización y robotización si nos olvidamos de lo primero terminaremos no solo en la periferia sino afuera de la escena. La alienación en su esplendor.

Las investigaciones sobre felicidad de Martin Seligman (1) son claros e ilustrativos al respecto. La felicidad es un fenómeno sistémico y complejo que resulta de la interacción de múltiples factores (2), todos ellos con una contribución variable de acuerdo a la historia e identidad de la persona.

Si esperamos contar con empleados más creativos, efectivos, productivos, resilientes y flexibles ante el cambio, entonces la persona debe preservar a ultranza una vida rica, diversa, con emociones positivas, relaciones afectivas, sentido de pertenencia, una buena nutrición, ejercicio físico, confianza, logros e integración.

También viene al caso mencionar el trabajo de Boris Cyrulnik (3) sobre la psicología y neurobiología de la resiliencia: si no se crean entornos que brinden seguridad, refuerzo, confianza, afecto, significado y cuidado a las personas, su capacidad de resiliencia no solo no se desarrolla sino que hasta se atrofia, y los cambios son re-interpretados como potenciales amenazas o peligros. Esto solo causa inhibición, miedo o parálisis.

La capacidad de aprendizaje, la neuroplasticidad, el cambio voluntario y la resiliencia ante los cambios no deseados (incluso traumas) son parte de un sistema integral: la persona.

El desbalance provocado por el exceso de trabajo o bien por el exceso de estrés en el entorno de trabajo, empobrece, reduce y limita a las demás dimensiones de nuestras vidas (ejercicio, naturaleza, nutrición, familia, vida espiritual, relaciones, afectos, comunidad, arte, cultura, inspiración, creatividad, salud, etc.) y como consecuencia provoca un efecto destructivo sobre aquellas áreas que el trabajo procura optimizar: resultados, productividad, efectividad, rentabilidad, flexibilidad, innovación, resiliencia, foco y motivación.  

Si entendemos y nos ocupamos activamente del sistema que fomenta la felicidad y el bienestar de las personas, podremos entonces resolver definitivamente este divorcio entre trabajo y vida. Esto sin duda pondrá fin a la llamada “crisis del compromiso” devolviéndole al “trabajador” su vida integrada como persona y devolviéndole también a las organizaciones sus empleados comprometidos, su mayor efectividad y su capacidad para aprender y cambiar.     

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco

Si crees que tu o tu equipo de trabajo tienen dificultades para lograr un buen balance entre las diferentes dimensiones de la vida (incluyendo la laboral), escríbenos a CONTACTO Bienestar Resiliente. Podemos ayudar !

(1) Martin Seligman. “Flourish: A New Understanding of Happiness and Wellbeing: The practical guide to using positive psychology to make you happier and healthier”. 2011

(2) 24 factores son los descriptos por el propio Seligman -PERMA strenghts- pero otros autores también mencionan algunos diferentes o con otra nomenclatura.         

(3) Boris Cyrulnik. “Resilience: How Your Inner Strength Can Set You Free from the Past”. 2011

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