Creer es Crear

Creencias

Lo fantástico (y lo peligroso…) de nuestras creencias es precisamente que confiamos plenamente en ellas sin necesidad de comprobar su validez. Simplemente valen para nosotros.

La mente aprueba sus propias creencias a priori. Se vincula de una manera afectiva y caprichosa con sus propias creaciones y elaboraciones.

Creo en esto porque simplemente lo creo. Sí, es una tautología. Otra forma curiosa de verlo sería: “Lo que yo creo que soy (mi idea acerca de mi “identidad”) cree en esto o en aquello”.      

Los seres humanos creemos en muchas cosas diferentes. Cosas que para ser creídas no demandan grandes explicaciones ni múltiples observadores que las validen. Simplemente se cree con un gran convencimiento y ya está. Lo que otros digan, argumenten, sientan o piensen suele ser poco efectivo a la hora de cambiar las creencias de una persona.

¿Seres racionales?

Consultando este GRAFICO podemos encontrar al menos 188 tipos de sesgos cognitivos. Estos sesgos cognitivos muestran cómo, con gran frecuencia y naturalidad, logramos “saber cosas” mediante un proceso equivocado. Sea basado en lo que creemos, en malas suposiciones, en prejuicios o en intuiciones fallidas, pero nos convencemos de cosas que son erróneas (y no lo sabemos!).

La creencia es profundamente auto-referencial. Se cierra sobre sí misma y tiende a protegerse rechazando o repeliendo lo que es distinto. De allí que dentro del dominio de las creencias pueden florecer Santos y fanáticos por igual.

Las creencias pueden ser altamente expansivas. Traen alternativas y oportunidades novedosas, hasta revolucionarias, a la existencia (Steve Jobs, Abraham Lincoln, Albert Einstein, Nicola Tesla, Thomas Edison, Mahatma Ghandi, Madre Teresa, etc.), o también pueden ser limitantes y opresivas (Ben Laden, Tomas de Torquemada, Josef Stalin, Leopoldo II de Bélgica, Adolf Hitler, etc.).

Explorar las propias creencias limitantes y descubrir cuáles son los miedos asociados a cada una de ellas tare resultados sorprendentes: confrontar nuestros propios miedos los desintegra y los deja sin poder. Una enorme expansión creativa resulta posible cuando no se siente temor.

Resonamos y creemos algo, luego lo justificamos debidamente con un discurso lógico, coherente o simplemente elegante, que articula los argumentos que hemos ido recolectando y seleccionando. Excluimos lo disonante o lo que causa ruido explicativo, eso parte del arte. Nadie está obligado a declarar contra sí mismo.   

Creemos en la moral, con bordes más claros o más difusos, separa a las cosas que “están bien” de las cosas que “están mal”. Nos enojamos cuando alguien ataca u ofende nuestras creencias o nuestros valores. Ni hablar de si alguien intenta herir nuestra Fe religiosa. Somos celosos, posesivos y defensivos con todo aquello que creemos y queremos. Queremos lo que creemos y creemos en lo que queremos.

Las creencias en las ciencias 

Incluso el más escéptico y positivista de los hombres de ciencia todavía “cree” en ciertas cosas. Por ejemplo, cree en el valor del método científico, cree que la observación y la medición son superiores a la fe o la intuición. La hipótesis falsable supera a la quiromancia, la astrología o la lectura del aura. La significancia estadística nos aleja de las falsa causalidad y las ilusiones.

En la sociedad occidental hay una cultura algo sesgada en favor de la ciencia. Educamos en la evidencia, la observación detallada, la formulación matemática, los registros históricos, las mediciones, la experimentación, la corrección progresiva, las hipótesis falsables, la estadística, la inducción y la deducción lógica, la coherencia y la consistencia discursiva, las correlaciones y los nexos causales, las teorías y las explicaciones con mecanismos generativos.

En ese contexto, las creencias han sido devaluadas y agrupadas junto a los mitos y las supersticiones en vista de su efecto “contaminante” sobre la objetividad del método científico. Como sea, el cientificismo occidental convive hoy a regañadientes con todo tipo de creencias religiosas, espirituales, políticas, ideológicas, meta-versos virtuales, post-verdad, influencers negacionistas, terraplanistas o conspiracionistas, etc.

Las ciencias en la creencias

Creer firmemente que algún tipo de evento (sea “positivo” o “negativo”), va a ocurrir altera -primero- las expectativas sobre su ocurrencia, y -segundo- altera la interpretación del propio resultado.

La mayoría de la gente de ciencia acepta que, bajo ciertas condiciones, las expectativas del experimentador se pueden volver causales o generativas, por eso existen los protocolos de investigación con “doble ciego”.

El efecto placebo ha formado parte de los protocolos de investigación clínica durante décadas porque es sabido que cuando creemos fuertemente que algo nos va a curar, efectivamente tiene un efecto de mejora que se puede medir estadísticamente. No es extraño encontrar productos farmacéuticos de uso psiquiátrico con entre 20 y 30% de efecto placebo.

La profecía que se auto-cumple o el Efecto Pigmalión bien conocido en los estudios de Psicología, reflejan este mismo fenómeno “creativo” de nuestras creencias para provocar cambios perceptuales en el sentido de aquello que creemos. Nuestras creencias cambian nuestras experiencias.

El “priming” (imprimación psicológica), la conciencia subliminal, la sugestión y la hipnosis son algunas otras formas de influir el juicio, la percepción y la experiencia mostrando la debilidad de la mente humana cuando intenta conocer algo.           

Las personas con genuina fe espiritual son estadísticamente más resilientes, tienden a ser más longevos y a padecer menor cantidad de enfermedades. La creencia en Dios parece ayudar a aquel que -de verdad- cree en Dios.

Esperanza, optimismo y confianza

¿Por qué algunas personas son más optimistas, positivas, perseverantes, confiadas o llenas de esperanza que otras?

Se lo adjudicamos a cuestiones complejas del carácter o la actitud pero lo cierto es que no entendemos con toda precisión qué es lo que ocurre en la historia, psicología y biología de las personas que las vuelve más afines a ciertas creencias que a otras.   

Lo que está más claro es que cuando se cree fuertemente en algo se buscan –a posteriori- todos los argumentos sensatos y útiles para defenderlo, sostenerlo y explicarlo.

La esperanza y el optimismo son tendencias, sesgos o inclinaciones a esperar resultados positivos. La desesperanza y el pesimismo son tendencias, sesgos o inclinaciones a esperar resultados negativos.

Lo cierto es que el optimista tiende a ser más resiliente y más perseverante ante las adversidades o los eventos traumáticos. Esto le otorga una gran ventaja. Contrariamente, la desesperanza y el pesimismo correlacionan con mayor ansiedad y depresión.      

En la interacción con los otros, la confianza es la tendencia, sesgo o inclinación a esperar cosas positivas de parte de otras personas.

La desconfianza es esperar algo malo o negativo del otro. Cuando desconfiamos de alguien, somos poco amigables, poco comunicativos, poco abiertos y poco colaborativos. Hasta nuestro lenguaje corporal marca distancia, frialdad y cautela. Esos mismos comportamientos producen un tipo de relacionamiento cuyos efectos “confirmarán» nuestra desconfianza. Otro bucle auto-referente, auto-provocado y auto-confirmado.

Todo esto puede parecer un juego semántico o intelectual, pero deja de serlo cuando analizamos las creencias que muestra un ludópata, un depresivo, un paranoide, un hipocondríaco, un adicto, un narcisista, un psicópata o un sociópata.

Comportamiento 

Cualquier creencia influye fuertemente sobre nuestro propio comportamiento. A través de ese comportamiento diferente, influenciamos y alteramos la relación con los demás, sea para mejor o para peor. Las creencias traen un mundo a la existencia.     

La mente cree en algo y le asigna un valor (afecto). Los afectos y las valoraciones fuertes disparan emociones y sentimientos al respecto.

La misma mente que evalúa el “estado actual” de una situación, también imagina su “estado deseable” (armado a partir de las propias expectativas). Crea así dos estados separados, crea una tensión de deseo en el medio, crea una expectativa de realidad distinta, y -por si todo esto fuera poco- una «brecha» entre ambos estados que necesita ser resuelta mediante la acción.

La creencia tiene algo muy interesante: no se trata de suponer algo por un momento, tampoco se trata de dejar abierta una posibilidad o de barajar distintas hipótesis provisionales. Creer es creérselo.

No se puede fingir que uno cree. La creencia es para el propio creyente una forma de verdad tan pura y tan obvia que no requiere demostración ni da lugar para la duda.

Los que dudan, los que no saben, los que no están seguros, los que necesitan comprobar y verificar, o los que son escépticos, -por definición- no creen. Con cierta lucidez, suele decirse que la fe es “un don” por este mismo motivo: o uno está dentro (y cree) o uno está afuera (y no cree).       

Podemos ver con claridad el impacto de lo que las personas creen sobre la manera en la que convivimos. 

Las creencias son también los cimientos de nuestro edificio conceptual y discursivo. Aunque no se perciben a simple vista, son la estructura que sostiene todo lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos.

 

Epílogo

Creemos en causas, en significados e identidades que orientan lo que pensamos, deseamos y experimentamos. Creemos en Dios, en el demonio y la herencia evolutiva. También creemos en símbolos con significados ocultos y en la ecuación de Schrödinger. Revelaciones divinas y correlaciones estadísticas. Mecánica y espectros paranormales. Aura, reiki y física cuántica. Visible o invisible. Tangible o intangible. Real o imaginario. Absoluto o relativo.

Creemos, y al creer, también creamos. Tal es el poder y el riesgo de las creencias.

…O al menos eso creo…

 

Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco

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