«El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones»
Esta expresión es muy vieja y cuenta con varias versiones sucesivas que han sido modificadas ligeramente. Su origen es bastante impreciso pero parece que la versión más antigua que se registra aparece en Cartas (Cap. 74) de San Francisco de Sales, quien le atribuye la frase «El infierno está lleno de buenas voluntades o deseos» a San Bernardo de Claraval, nacido en Fontaine de la Borgoña, Francia, en el año 1091 de la edad media.
Cuando uno decide hacer algo (sea lo que fuere) hay siempre una voluntad detrás, una intención que puede ser buena o mala, linda o fea, egoísta o altruista, necesaria o innecesaria, decente o indecente, etc.
Solo quien toma la decisión sabe en lo profundo de su mente y de su corazón qué intenciones está persiguiendo.
Las consecuencias de lo que se decide (decir o hacer) impactan luego a otras personas, y allí es donde todo esto se torna más interesante.
Las «buenas intenciones» se encuentran con tres grandes adversarios:
- Las consecuencias negativas o inesperadas
- Las interpretaciones negativas
- La falta de acción consecuente (inacción)
1) Las consecuencias negativas o inesperadas
Las consecuencias son siempre asíncronas respecto de la decisión y de la intención. Es decir, cuando decido hacer algo con una determinada intención, en este preciso momento presente, aquí y ahora, los resultados o las consecuencias siempre se conocerán en un momento futuro.
Aunque esto parezca una tremenda perogrullada, la gente suele pasar por alto ese «pequeño detalle» y evalúa las decisiones y las intenciones a la luz de nueva información, historia y resultados que se han vuelto disponibles posteriormente en el eje temporal.
No solamente sacamos las cosas de su contexto situacional, relacional, histórico e informacional, sino que además enjuiciamos lo ocurrido en el pasado desde una reformulación que ya ha sido actualizada con nuevos datos disponibles.
Esto es como si digo (hoy) que no fue una buena decisión que Adolf Hitler atacara a los rusos. Si Hitler hubiera logrado el éxito militar contra Rusia, la opinión sería obviamente la opuesta.
Si el jugador hubiera pateado el penal hacia la derecha hubiese sido gol; o si me hubiera tomado el autobús de la 08:43 hubiera sido parte de aquel accidente…
Parados en el futuro siempre es muy fácil distinguir lo bueno y lo malo, lo útil y lo inútil, el éxito y el fracaso, las ventajas y desventajas de todo lo que ha sido decidido en el pasado, en otro contexto, con otra información y con otra manera de interpretar esa información.
Note el lector la cantidad de programas televisivos que sobreviven a costa de opinar (en grupos de varios «panelistas») sobre lo que otras personas debieron hacer o no debieron hacer, basándose en los resultados, las consecuencias y la información que solo se hizo accesible con posterioridad al propio evento y a las decisiones tomadas. No solo se trata de un entretenimiento muy pobre intelectualmente, sino que además es incoherente e inconsistente.
2) Las interpretaciones negativas
Las interpretaciones pertenecen siempre a quien interpreta. A quien observa, describe, relaciona e intenta explicar mediante un esfuerzo intelectual, argumental y, probablemente, histriónico. Toda interpretación o explicación necesita convencer a determinada audiencia o público.
El proceso de observar, describir, relacionar, interpretar y explicar también ocurre a posteriori (es asíncrono) respecto a los propios eventos que se pretende explicar. Si además se toma ventaja de nueva información disponible para re-interpretar lo ocurrido a la luz de nuevos datos, debo explicitarlo y contextuarlo como un proceso de cambio histórico.
Estudiar, analizar y revisitar las decisiones que se han tomado en el pasado (sea cercano o remoto) no siempre es un ejercicio fútil o trivial. Si se hace con profesionalismo, imparcialidad, datos comprobados y sin carga de ideología, creencia, prejuicio, sesgo o emoción, puede resultar un ejercicio tremendamente útil para aprender y, de aquí en más, actuar de una manera diferente y mejor.
3) La falta de acción consecuente (inacción)
Es tan simple de explicar como frecuente. Una muy buena intención que no es seguida de acción efectiva, jamás se traduce en el resultado buscado. Las razones para no actuar consecuentemente pueden ser múltiples: procrastinación, falta de recursos, falta de prioridad, falta de tiempo, falta de voluntad, falta de perseverancia, falta de conocimiento, demasiados obstáculos, contratiempos inesperados, etc.
A veces atribuimos un resultado desfavorable o pobre a «malas intenciones» o a «malas decisiones» cuando en rigor la causa real es la inacción o la incorrecta ejecución.
Conclusión
Las intenciones, las decisiones y las acciones, muestran importantes diferencias y sensibilidades al tiempo y a la información.
La intencionalidad original, libre de interpretaciones y juicios agregados con posterioridad y/o por otras personas, permanece siempre una y la misma, sin cambios, sea cual fuere el resultado o las consecuencias.
Dicha intencionalidad es solo conocida por quien decidió en su momento, lugar y contexto.
Todo lo que concluyan otros observadores siempre contendrá el sesgo de sus propias creencias, convicciones e interpretaciones combinados con múltiples conveniencias personales, políticas, ideológicas, culturales o religiosas.
La mente que tiende a revisitar demasiado el pasado puede desarrollar culpa y melancolía mientras que la mente que tiende a pensar demasiado en el futuro puede crear miedo y ansiedad. Los juegos de la mente con el eje del tiempo son prácticas de sumo cuidado.
Reflexionando con más cuidado sobre todos estos aspectos, podemos rescatar a muchas personas «bien intencionadas» que fueron condenadas a «las llamas del infierno» por otros intérpretes.
Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco