Las tecnologías y el cambio
Cada avance tecnológico humano vino siempre asociado a grandes cambios y a nuevos riesgos. Desde el hallazgo de los metales, pasando por la agricultura, la imprenta, la pólvora, la máquina de vapor, la electricidad, la fotografía, las vacunas, el motor de combustión, el teléfono, la bombilla eléctrica, el avión, la energía nuclear, la computadora y hasta la inteligencia artificial. En cada paso, el progreso ha sido tan bueno o tan malo como la misma gente que lo explota.
Hoy en día, el uso cada vez más extendido de las tecnologías de comunicación (internet, wifi, teléfonos inteligentes, tabletas, laptops, videoconferencia, etc.), sumado al efecto de las redes sociales y a las aplicaciones interactivas, provoca preocupación y debate dado su alto impacto en la calidad de vida de los usuarios.
La tecnología digital ha cambiado muchos de nuestros hábitos y costumbres. Ha cambiado nuestro trabajo, la manera de relacionarnos, el nivel de actividad física y hasta nuestros temores más frecuentes (virus, malware, hackers, phishing, robo de identidad, privacidad, ciberacoso).
El bienestar digital
No resulta extraño entonces que nos encontremos hoy hablando de la importancia del “Bienestar Digital”, que se refiere a la habilidad de aprovechar todas las ventajas de las tecnologías de comunicación y conectividad, sin caer en la adicción, el abuso o el mal uso, que son todos nocivos para la salud mental, física y emocional de la persona.
Parece bastante paradójico, pero ya se han desarrollado un gran número de aplicaciones móviles que miden y monitorean el “bienestar digital”. Algunas hasta restringen el tiempo de ciertas aplicaciones, si se lo indicamos. Pueden tener acceso a todos nuestros diferentes dispositivos personales y de trabajo, para ganar visibilidad y precisión sobre lo que hacemos on-line y en cada pantalla. También pueden brindar consejos sobre actividades físicas, yoga, respiración y nutrición. Las más utilizadas son Forest, Headspace, Calm, Moment, Flipd, Freedom, StayFocusd, y RescueTime. Efectivamente, utilizamos la tecnología digital para protegernos del abuso de la tecnología digital.
Más tiempo, mirando más pantallas
Medir el tiempo que una persona pasa frente a los distintos dispositivos electrónicos con pantalla (teléfonos, computadoras, televisores o tablets), se ha convertido en una métrica importante a controlar. Aun cuando se utilicen para hacer cosas productivas (y no siempre es así), el exceso de horas frente a las pantallas es perjudicial para la mente y el cuerpo.
Las actividades en línea pueden ser muy heterogéneas: trabajar, estudiar, navegar en internet, leer noticias, ver videos o películas, jugar videojuegos o usar las redes sociales. El tiempo de uso de pantallas varía según la generación y la edad, pero se puede ver un abrupto aumento a lo largo de los últimos años y para todos los grupos de edades.
Adultos (> 18 años)
El tiempo de pantalla en los adultos puede dividirse en dos categorías: uso recreativo y uso laboral. Los adultos pasan un promedio de 3 a 4 horas diarias en actividades «recreativas» frente a pantallas, tales como ver televisión, leer, usar redes sociales, jugar videojuegos o consumir contenido en streaming.
Para aquellos que además trabajan en entornos digitales (oficina, teletrabajo, etc.), el tiempo de pantalla relacionado con el trabajo, suma otras 6 a 8 horas diarias adicionales, dependiendo siempre del tipo de profesión o trabajo que cada uno tenga.
Vemos que el tiempo de pantalla para muchos adultos puede alcanzar fácilmente 9 a 12 horas diarias.
Un informe de Nielsen (1) de 2022, ya indicaba que los adultos en Estados Unidos pasaban un promedio de 11 horas diarias frente a las pantallas, entre trabajo y ocio.
Adolescentes (12-18 años)
Los adolescentes pasan un promedio de 7 a 9 horas diarias frente a pantallas, principalmente en las redes sociales, con videojuegos o consumiendo contenido en streaming. El valor agregado intelectual es muchas veces dudoso (si somos generosos). Este tiempo de pantalla no incluye el tiempo dedicado a las tareas escolares.
Niños (5-11 años)
Los niños pasan alrededor de 4 a 6 horas diarias frente a pantallas, aunque este número puede variar significativamente, dependiendo de las restricciones parentales, las costumbres de la familia y el uso educativo.
Las diferencias generacionales
Generación Z (1997-2012)
Pasan mayor cantidad de tiempo en redes sociales y plataformas de video como TikTok, YouTube e Instagram. Tienden a consumir contenido en formato muy corto y rápido (videos de menos de 1 minuto). Prefieren los teléfonos móviles inteligentes más que las tablets, computadoras o televisores.
Millennials (1981-1996)
Su tiempo de pantalla se distribuye entre el trabajo y el ocio. Consumen contenido en plataformas como Netflix, YouTube y redes sociales, pero también dedican tiempo a sus actividades laborales con la laptop. Son más propensos a usar múltiples dispositivos simultáneamente (laptop y/o televisión más su teléfono inteligente).
Generación X (1965-1980)
Pasan menos tiempo en sus redes sociales (sobre todo X, Facebook e Instagram), ven más televisión y consumen noticias en línea. Todavía pagan suscripciones de periódicos, revistas, libros o contenidos digitales pagos. Su uso de pantallas está más enfocado en aplicaciones prácticas, como comprar en línea o buscar información.
Baby Boomers (1946-1964)
Tienen el menor tiempo de pantalla entre todas las generaciones mencionadas, con un promedio de 3 a 5 horas diarias. Prefieren la televisión tradicional. El uso de computadoras es para actividades muy concretas: transacciones en bancos, pago de servicios, correo electrónico, videollamadas con familiares y amigos, lectura de artículos o notas.
Factores que afectan el tiempo de pantalla
Disponibilidad de wifi y accesibilidad a dispositivos móviles: La proliferación de teléfonos inteligentes y tabletas ha facilitado el acceso a contenido digital en todo momento y en cualquier lugar. Las nuevas “generaciones digitales” acceden a estos dispositivos desde muy temprana edad. La falta de wifi les resulta como no tener agua, comida o electricidad.
Aumento del consumo de contenidos en línea: Las plataformas de streaming, las redes sociales y los videojuegos han aumentado el tiempo que las personas pasan frente a las pantallas. Esto va desplazando y reemplazando a muchas actividades físicas y sociales.
Cambios en los hábitos de trabajo: El aumento del trabajo remoto y la digitalización de muchas profesiones también han disparado el tiempo que los adultos pasan frente a las pantallas, en este caso, trabajando o en video-reuniones.
Cultura digital: Los hábitos de consumo de contenidos también han cambiado mucho, con un enfoque actual más en lo inmediato, corto, multimedia y con la posibilidad de interacción o participación. El feeling emocional es más importante que la autoridad o la idoneidad de las fuentes.
Educación: El aumento de la educación en línea y/o a distancia, ha incrementado el tiempo de pantallas en todas las generaciones que se capacitan. El aula cede lugar a la videoconferencia y al estudio asíncrono.
Compras en línea con envío: La posibilidad de adquirir cualquier tipo de artículo, sumado a la efectividad y velocidad del envío a domicilio, hace que la gente salga menos de su casa para comprar. Caminan menos, toman menos contacto con otras personas y ocupan parte de ese tiempo ahorrado en más actividades en línea.
Hay gran variabilidad en los promedios de tiempo de pantalla de acuerdo a la geografía, cultura, nivel socioeconómico y otros factores, sin embargo, el aumento del tiempo frente a una pantalla y el descenso de las interacciones “cara a cara”, son fenómenos globales. Esto influencia directamente el sedentarismo, el sobrepeso, la obesidad y otros trastornos metabólicos asociados al estilo de vida moderno.
Redes Sociales
Aunque las redes sociales pueden fomentar las conexiones positivas y proporcionar redes de apoyo y contención (2), las investigaciones también demuestran que una excesiva participación en las redes sociales se asocia con numerosos trastornos tales como: ansiedad, depresión, baja autoestima, estrés, déficit de atención, mala calidad del sueño, sedentarismo, sobrepeso, miedo a quedarse afuera (“FOMO”) y otros problemas de salud (3,4,5,6,7,8,9,10,11).
Las redes sociales pueden crear sentimientos de aislamiento, soledad, ansiedad y depresión debido al ciberacoso y las comparaciones poco realistas contra “estándares” que solo existen en las propias redes.
La mayor participación en línea se observa especialmente en las generaciones más jóvenes, que son también las más vulnerables a los contenidos inapropiados (pornografía, violencia, fake news, manipulación, etc.), y a los riesgos para la privacidad o la seguridad personal (robos de identidad, circulación viral de fotos y videos privados, acoso, citas con extraños, abusos, pedofilia, etc.).
Comprender mejor el nuevo «paisaje» de las relaciones humanas mediadas por tecnología, es absolutamente crucial para poder desarrollar estrategias que mitiguen los impactos negativos y favorezcan la resiliencia mental de los usuarios.
Los adolescentes y los jóvenes se comparan a sí mismos con un mundo editado, ficticio, lleno de filtros y efectos especiales. En consecuencia, se sienten desfavorecidos, inadecuados, excluidos o inferiores frente a la infinita felicidad, positividad y opulencia de las redes. Experimentan la crítica, la mentira, la exposición, la polarización de ideas y el ciberacoso desde muy temprana edad. Todo esto puede dañar progresivamente la salud mental, en una etapa de la vida en la cual la identidad y la auto-confianza se encuentran en activo desarrollo.
La anonimidad de los contenidos y de los comentarios, facilita la virulencia de lo que se vierte en línea. Los algoritmos de búsqueda y el diseño adictivo de las plataformas de redes sociales, también contribuyen a amplificar este proceso.
Los propios trastornos de salud mental, incrementan la dependencia o la adicción a las redes sociales, lo cual empeora la calidad de las interacciones (3).
Participar en las redes sociales con irritación, frustración, baja autoestima, envidia, ira u otras emociones negativas, crea espirales tóxicas para uno mismo y para los demás. Se crea un entorno amenazante y hostil que limita lo que puede decirse sin sufrir consecuencias.
Entre los adolescentes, el aburrimiento o la soledad pueden agravar la situación: textos sin contexto, rumores anónimos que se viralizan fuera de cualquier control o supervisión, videos malintencionados e insensibles, fotos engañosas o burdamente editadas, humor cáustico, todo vale con tal de diferenciarse o causar sensación en línea.
Recordemos que los adultos rara vez acceden (y menos supervisan), los diálogos e intercambios en los grupos de comunicación de los jóvenes.
Conclusiones
La verdad, las fuentes confiables o los hechos mismos, poco importan a la hora de recolectar más “me gusta”, nuevos comentarios o mayor número de “views”.
Lograr el «bienestar digital» requiere de un enfoque multidisciplinario que incluya la promoción de la alfabetización digital, ciertos límites al tiempo de pantalla excesivo y una relación más positiva, constructiva y equilibrada con estas tecnologías.
La “realidad digital” (o ficción digital), es solo una parte de nuestro mundo. Las relaciones virtuales y remotas que se desarrollan con ayuda de la tecnología, requieren de un esmerado proceso de «humanización». Es necesario propiciar un relacionamiento genuino, con empatía, respeto, diversidad, sensibilidad y apertura.
Los diálogos y las actividades cara a cara nos permiten conocernos en mayor profundidad y descubrir las distintas dimensiones que una persona tiene. No nos quedemos solo con aquella imagen «de éxito y felicidad deseable» que proyectamos en las redes sociales.
Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco
Referencias
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