Ambición
Resulta difícil determinar adonde está el límite entre una ambición desmedida y una sana ambición (si acaso). Seguramente, si existe algo así como un límite, sea uno personal y bastante difuso. El indicador que nunca decepciona es el propio bienestar. Si la persona es feliz, su nivel de ambición le resulta funcional. No hay un problema.
Hay tres creencias fuertemente ancladas a nuestra sociedad de consumo que, cuando la persona las hace propias, pueden convertirse en una trampa para su bienestar y su felicidad.
Estas tres creencias pueden conducir a la persona a una situación de «auto-explotación» que resulta muy útil para estimular e impulsar el consumo pero que no necesariamente correlaciona con la felicidad. Vale la pena revisar estas creencias y evaluar qué tanto tienen que ver con nosotros:
- Expectativa de éxitos crecientes
- Ganar la competencia
- Dinero para ser feliz
1. Expectativa de éxitos crecientes
Muchas personas suelen creer con bastante firmeza en el trabajo duro y la dedicación personal como medio para alcanzar los grandes logros. Esto tiene un lado muy positivo, el enfocarse en la mejora de sí mismo y tomar la responsabilidad por el resultado alcanzado. Pero también tiene una lado más filoso: cuando la persona desplaza permanentemente sus propios umbrales y expectativas para intentar lograr más y más.
Este fenómeno adictivo se conoce como “auto-explotación” y ha sido muy bien caracterizado por el filósofo Byung-Chul Han. Es una competencia contra sí mismo, supervisada por uno mismo para superase a sí mismo. Aparece entonces un mandato auto-impuesto de mejorar y lograr el éxito a cualquier precio. El estresor ya no está “allí afuera”, en el entorno, sino que es interno, es mental. Nuestra mente provoca su propia “insatisfacción programada”. Todo logro deja de serlo al poco tiempo y hay que moverse al siguiente nivel del juego.
No cabe duda que exacerbar el inconformismo con los propios logros resulta instrumental para un sistema económico que busca las utilidades crecientes. Del mismo modo en que resulta conveniente un ciclo de obsolescencia programada y caducidad de los bienes para poder ofrecer algo nuevo y más rentable (para quien vende). El crecimiento “perpetuo” de las utilidades solo puede darse si todos los componentes productivos del sistema persiguen la misma idea de una “perpetuidad ascendente”, incluido el recurso humano. Nos convertimos en esclavos de nosotros mismos para poder continuar dentro del sistema.
Nuestra ambición de crecimiento exponencial se ha conectado perfectamente a la ambición de crecimiento exponencial del sistema de consumo.
2. Ganar la competencia
Al igual que ocurre entre empresas, entre naciones o entre deportistas profesionales, el individuo compite libre e independientemente contra otros individuos para intentar “ganar”. Se establecen así relaciones comparativas de exclusión: si tú eres el mejor, entonces yo soy peor; si tú ganas, entonces yo pierdo.
La opción a sentir el peso del fracaso es muy simple: debo superarme, debo esforzarme más, debo hacer algo diferente, debo reinventarme, debo entrenar más duro, debo dedicarle más tiempo, debo dejar otras cosas de lado, debo enfocarme, debo ser más inteligente, debo aplicarme más, etc.
Como en toda competencia, la marca record del “ganador” se va desplazando progresivamente hacia arriba y, por lo tanto, el nivel de dedicación, esfuerzo, presión y estrés solo se incrementan a lo largo del tiempo.
La competencia en la «carrera» profesional y en la «carrera» entre atletas olímpicos se empiezan a parecer peligrosamente. Solo los ganadores suben al podio y salen en las fotos, el resto de los competidores se convertirá en un pelotón anónimo de «perdedores».
La exaltación del triunfo junto a la indiferencia ante los que pierden, adiciona un bucle adicional de refuerzo y castigo: el reconocimiento social para quien gana, el sufrimiento del anonimato para quien pierde.
En una sociedad adicta a las apariencias y a la posverdad de las redes sociales, el anonimato y la invisibilidad social se sufren como una forma de tortura.
La comparación permanente con el otro, con el ánimo de resultar mejor o diferente, se ha vuelve enfermiza. En un interesante estudio de comportamiento, la gente llegó a contestar que prefería trabajar en un lugar donde ganaba menos dinero pero estaba remunerado por encima de sus colegas que trabajar en un lugar donde ganaba más dinero pero se ubicaba por debajo de sus colegas (!!!).
3. Dinero para ser feliz
El dinero, ha estado asociado desde siempre a la comodidad, la seguridad, la tranquilidad, los símbolos de status, el éxito, etc.
Adicionalmente, el dinero brinda acceso directo al consumo de las tan codiciadas distracciones de la mente: bienes, servicios y experiencias de tipo corporal, mental y/o emocional, que nos mantienen entretenidos en algo que nos resulta placentero (al punto tal que hasta pagamos por ello).
Millones de atractivas ofertas, una más novedosa que la otra, inundan el mercado, compiten por nuestra atención y terminan desplazando a la frágil idea de felicidad. Se confunde y se intercambia “felicidad” con “placer”, “confort” o «entretenimiento».
En la búsqueda de más dinero para poder consumir una mayor cantidad, calidad e intensidad de experiencias, el buscador crónicamente insatisfecho se somete voluntariamente a trabajos, jefes, valores, estilos y lugares que terminan comprometiendo su felicidad. Ha ingresado ya al fatídico ciclo del «consumo de distracciones».
Estas tres creencias (Expectativa de éxitos crecientes, Ganar la competencia, Dinero para ser feliz), son abrazadas e internalizadas por una enorme masa de personas en todo el mundo, incluso en aquellos países que se auto-proclaman “comunistas” o “socialistas”, y cuyo discurso solía ser “anti-capitalista” y «anti-consumo».
Fuerzas modeladoras
Estas tres creencias trabajan de modo sinérgico, impulsando al individuo hacia una espiral solo gobernada por la medida de su propia ambición y reforzada socialmente a través del reconocimiento, la imagen de éxito, la visibilidad, el poder, la influencia, los símbolos de status, la propaganda mediática, los “likes” de las redes sociales, etc.
Cuatro fuerzas fundamentales impulsan al individuo dentro de esta espiral:
- La dependencia adictiva al “éxito” individual y al reconocimiento social
- Imponerse o diferenciarse comparativamente de los demás
- Comprar el acceso a más y mejores experiencias placenteras
- El temor al fracaso y su consecuente “invisibilidad” social
En el nivel organizacional, aquellos sistemas que adhieren a estas mismas fuerzas modeladoras y las aplican consistentemente a lo largo del tiempo, obtendrán una población fuertemente enriquecida en perfiles congruentes, esto es: grandes egos, orientación al dinero, orientación al poder, necesidad de visibilidad y de reconocimiento individual.
El ecosistema selecciona mediante sus propias reglas de juego a aquellos individuos que se sienten confortables en este entorno.
Ejercicio
Haga el lector un sencillo ejercicio: eche un vistazo rápido entre mandatarios globales, nacionales y corporativos de gran notoriedad y exposición. Trate de perfilar a quien ha seleccionado:
¿Acaso ha encontrado un patrón recurrente de humildad personal, orientación a valores, compasión, servicio al bien común, contribución social y sentido de legado a las generaciones futuras?
Como todo proceso de amplificación exponencial, la escalada de las grandes ambiciones y expectativas del ego siempre encuentra algún límite físico, biológico, económico, moral…y si no, legal…
“Rendirse nunca es una opción” Lance Armstrong (ciclista profesional)
“Sin utilizar sustancias dopantes, es humanamente imposible ganar el Tour” Lance Armstrong
Conclusión
¿Por dónde pasa la línea divisoria entre la “mejora continua” y la “insatisfacción crónica”, entre la “sana ambición” y la “codicia”, entre la “pasión por ganar” y “hacer lo que sea por ganar”, entre “pensar en grande” y “narcisismo”…?
Una mirada a tiempo, atenta y reflexiva sobre todos estos aspectos, puede ayudarnos a mantener nuestra salud y bienestar alineados con nuestra vocación, nuestros valores y nuestro legado.
Cuando todo esto ocurre a la misma vez, algunos lo llaman felicidad.
Nota del Lic. Leandro Javier Pérez Surraco